martes, 31 de marzo de 2015

31 de marzo de 2015 – Huntington Beach – Cambria – 486km – 8h

En su día, cuando me puse a preparar mi itinerario para este viaje, reconozco que miré más o menos, dónde quería ir y dónde no, en cada país, pero en lo concerniente a Estados Unidos no le eché muchas cuentas. Eso hace que me encuentre sin rumbo y sin tener muy claro dónde ir. Tengo muy claro dónde quiero llegar, pero el camino hasta llegar allí, no tanto. Me puse en marcha hoy sin saber muy bien dónde iba a acabar y qué era lo que iba a hacer. Tenía claro que tenía que cruzar Los Ángeles, pero no sabía, ni por dónde, ni cómo. Ayer, el de la recepción del hostal me dijo que el tráfico en Los Ángeles era un infierno, y que hiciese lo que hiciese, y fuese por donde fuese me iba a morir. Salí esta mañana un poco sugestionado pero a medida que me iba acercando, la cosa no parecía muy mal y me fui creciendo. 



Ya que estaba por allí, me planteé ir a hacer un poco de turismo a los sitios más emblemáticos de Los Ángeles, así que paré en una gasolinera y me medio tracé un plan. Al final decidí ir a visitar Hollywood y sus alrededores.



Me pregunto qué es lo que tienen los sitios emblemáticos pero es curioso que siempre mola verlos, y hasta hace un montón de ilusión. Después de preguntar a setecientas personas cómo llegar hasta allí, acabé en un parque desde el que se veía bastante bien el famoso letrero de Hollywood. Mira que es una chorrada, pero me ha encantado verlo.

De pic nic por Hollywood

Hace ya bastantes días, mi amigo Gonzalo, después de ver algunas de las fotos que colgué en internet me preguntó_ -oye Álvaro, ¿las fotos que pones, te las saca alguien que anda por allí o te las hace una llama? La verdad es que la gran mayoría de las fotos que he sacado, me las he hecho yo, algunas por supuesto me las han hecho personas que estaban por allí pululando, pero en general el 90% de las fotos son mías. Y me las hago, porque no sé qué suerte tengo, pero la gran mayoría de las veces doy con unos patanes que tienen un sentido fotográfico nulo. ¿Es tan difícil sacar una foto decente con un teléfono? Pero si lo hace todo solo!!! Unicamente hay que apretar el botón!!! Pues no, cuando no te cortan los pies, te cortan la cabeza y cuando no, las pelotas. O te sacan a contra luz, con los ojos cerrados o con un encuadre patético. No sé si lo hacen a propósito o qué, pero de veras alucino. Me encantaría ver sus álbumes de fotos, deben de tener los pies de la Estatua de la Libertad, árboles en el desierto de Atacama y una lagartija en el Perito Moreno. Imagino también que la mayoría de las veces saldrán decapitados como en la matanza de Texas. Para evitar eso prefiero hacérmelas yo.  El proceso no te creas que es tan fácil. Muchas de las veces he tenido que construir verdaderas estructuras complejísimas, para poder poner la cámara en un sitio decente, que dejarían a las pirámides de Egipto como meras chabolas. Reconozco que hay mucho trabajo detrás, aunque parezca que todo es espontáneo. En muchas de las fotos que salgo sonriente y relajado, realmente estoy asfixiado y a punto del desmayo después de tener que meterme una carrera de 100m a lo Usain Bolt para llegar antes de que se dispare la foto. No siempre he tenido éxito pero… hay veces que me he hecho fotos que firmaría la mismísima Annie Leibovitz.

Una vez que he visto el letrero de Hollywood me he emocionado, y he decidido dedicarme a visitar todos los iconos angelinos. He empezado por Hollywood Boulevard…



He continuado con el paseo de la fama…



Después un poco de Beberly Hills…



Para acabar en Santa Mónica.



Una vez fuera del área de Los Ángeles me he encaminado hacia San Francisco. No pretendía llegar hoy, pero al menos tenía en mente recorrer la famosa Pacific Highway que va pegada a la costa, en mi caso de sur a norte, hasta casi Canadá. Lo que llevaba pidiendo todo este viaje, una carretera pegada al mar, por fin la he tenido y me he “jartao”.

Maletitas en la playa
He pasado por unos cuantos sitios playeros emblemáticos y no me extraña que Kelly Slater (a pesar de ser de Florida) sea norteamericano. Hay ciento siete millones de surferitos metidos en el agua y otros setenta y tres millones pululando por la playa con su tabla de surf debajo del brazo.

Malibú
He acabado en un pueblo llamado Cambria. Es el típico pueblo de película, con su estafeta de correos, su cafetería , su panadería con pasteles de manzana y sus casas pintorescas. También tiene los típicos moteles, como en el que he acabado hoy, con la recepcionista pelma, mega servicial y rozando la chaladura. Cuando he llegado, había tres personas más en la recepción, vale que no era muy grande, pero cuando iba a entrar, de la forma más educada que te puedes imaginar me ha dicho que ni se me ocurriese entrar y que ya me llamaría. Una vez que los ha despachado, entonces me ha dado permiso y me ha atendido. Es difícil de explicar pero su forma de hablar era tan sumamente cargante, tan servicial tan: What can I do for you??? que era para matarla. Además era bipolar, cuando me estaba atendiendo, ha entrado otra clienta con un perrito en los brazos. Le ha preguntado el nombre (se llamaba Cookie) y ha empezado a dirigirse al perro de las narices como si fuese un niño pequeño. Sé que todos lo hemos hecho pero es que tendrías que haberla visto. Me estaba hablando a mi como si fuese de la secta de la cienciología y al segundo se volvía hacia “Cookie” para decirle cuatro chorradas en un tono para matarla y acto seguido cambiaba de registro para darme las indicaciones pertinentes.


Día muy mitómano pero muy entretenido.   


La etapa del día I

La etapa del día II

lunes, 30 de marzo de 2015

30 de marzo de 2015 – La Misión – Huntington Beach – 287km – 8h30

Al final, mi El Dorado particular que era llegar a San Diego, dejó de serlo al haber arreglado la moto en Ensenada. Me tomé las cosas con calma, por un lado porque las 48h anteriores habían sido bastante intensas y sobre todo porque me dijeron que la mejor hora para cruzar la frontera era a mediodía. Al parecer se forman unas colas kilométricas para cruzar desde México a Estados Unidos.

Mi hostalito en La Misión
Salí tranquilito de mi hotelito playero y fui dando un paseo camino de Tijuana. Me paré a desayunar, comí mis últimos chilaquiles verdaderamente mexicanos y antes de llegar a la frontera, me gasté mis últimos pesos en llenar el depósito de gasolina. 



Inicialmente iba a cruzar a Estados Unidos por un paso llamado San Ysidro. Para allá que fui, como iba con la moto me dijeron que la cola me la podía saltar hasta llegar prácticamente a la garita y así hice. Si en Madrid me encanta ir en moto, en primer lugar para aparcar en la puerta de los sitios, y en segundo, para no comerme los atascos que te comes cuando está todo a parir, aquí tuve un éxtasis total al llegar hasta la garita saltándome una cola infernal. 



Llegué hasta allí pero me quedé un poco mosca porque era la garita norteamericana, allí no había un pinche funcionario mexicano y yo tenía que hacer unas gestiones “en México” antes de salir. Me bajé de la moto, fui a preguntarle al “oficial aduanero norteamericano” y cuando me acercaba empezó a gritarme que me quedase dónde estaba y no me acercase, a la vez que echaba la mano a la cartuchera. Me quedé petrificado, levanté las manitas, por supuesto me paré (estaría a unos diez metros de la garita) y entre grito va, grito viene, le expliqué mi situación al agente. Sin relajarse demasiado, me dijo que tenía que dirigirme a un edificio “mexicano” que estaba a la derecha y que allí me ayudarían.  Volví sobre mis pasitos, me subí a la moto, me salí de la cola, y para el edificio que me fui. Cuando llegué, me abordó otro oficial aduanero mexicano con un talante mucho más relajado. Le pregunté dónde podría hacer los trámites que necesitaba hacer. Me dijo que en ese puesto fronterizo no lo podía hacer y que me tenía que dirigir a uno llamado Otay. No daba crédito, estaba en el puesto fronterizo más grande de todo México y los trámites que pretendía hacer no se podían hacer allí. Le pregunté 700 veces si estaba seguro, me dijo que sí, me dio las indicaciones de cómo llegar hasta allí y para allá que me fui. El trámite "tan importante" que tenía que hacer era encontrar una sucursal de un banco llamado Banejército dónde debería “cancelar” la estancia de la moto en México. Más me valía hacerlo pues a la entrada me habían retenido en la tarjeta un depósito de 500$. Encontré finalmente la sucursal bancaria que estaba en un polígono industrial en el medio de la nada. Cuando realicé las gestiones, le pregunté al tipo si ese era el único sitio dónde hacerlas y efectivamente me dijo que sí. Increíble pero cierto. Por fin acabé mis gestiones y estaba listo para cruzar a EE.UU.



No lejos de allí estaba el paso de Otay. Igualito que el de San Ysidro, colón al canto y saltada de cola en toda regla. Llegué a la antesala de la garita y a esperar. Es increíble ver el movimiento que hay en esta frontera, tanto de coches como de personas.




Me tocó por fin mi turno y por primera vez en mi vida di con un agente de inmigración norteamericano simpático y agradable. El tipo cuando vio mi pasaporte y la moto, empezó a preguntarme desde dónde venía, cómo había hecho para llegar hasta allí, cuánto había tardado en hacerlo… no me parecían “preguntas técnicas”, el tipo estaba encantado, no dejaba de mirar la moto, de decirme que vaya aventura más buena… Después de nuestro breve diálogo, metió los datos en el ordenador y me dijo que tenía que ir a que me sellasen el pasaporte y me hiciesen una inspección de la moto y del equipaje. Me dio un papel amarillo y me indicó que fuese por uno de los carriles que ponía “inspection”. Para allá que me fui, uno que había por allí me dijo de aparcar la moto y de esperar al agente de adunas de turno. Llegué, paré y cuando me bajé de la moto, escuché un grito, aparentemente de mujer en la distancia, que no sabía muy bien de donde venía. Me puse a buscar su origen, seguía escuchando el grito cada vez más cerca, cuando finalmente me di cuenta de lo que sucedía. Se trataba de una agente de aduanas que venía directa hacia mi, con la mano otra vez pegada a la cartuchera y mirándome con cara de malas pulgas. Cuando por fin estuvo a una distancia audible, le escuché como me gritaba mientras señalaba a un cartel que decía: - No descienda de su vehículo hasta que le aborde un agente. Cuando la agente estaba al lado mío y seguía gritándome, me salió del alma decirle: - relájate mujer!!! Creo que ese comentario no le hizo mucha gracia a la “agente Salvador”. Una vez aclarado el tema del descenso del vehículo, me pidió el pasaporte, el papelito amarillo y me dijo que para empezar abriese todas las maletas. Lo hice y no contenta con eso me dijo que sacase las bolsas y las pusiese encima de una mesa que había por allí. Lo hice también, no le pareció suficiente con eso, así que me hizo sacar todo lo que traía en las bolsas. Me tocó sacar todas mis cositas, todas!!!. La agente Salvador no estuvo satisfecha del todo y se dedicó a revisar una por una, absolutamente todas las cosas que llevaba en mi equipaje. Y cuando digo todo, es todo. Fue cacheando el pantalón, las camisetas, los calcetines que llevaba enrollados, abrió la bolsa donde llevo los mapas, desplegó cada uno de los mapas, abrió la pasta de dientes, mi bote de Cola Cao!!!… no dejó títere con cabeza!! Y por supuesto, cuando lo revisaba lo iba tirando todo a un montón en otra mesa que estaba a la izquierda. Luego vino el “cacheo” de mi traje de la moto. Me hizo quitarme la chaqueta, sacó hasta la protección de la espalda, y me hizo sacar todo lo que llevaba en los bolsillos. Después le hizo una revisión rigurosa a la moto, me hizo abrir el depósito de la gasolina, quitar el asiento, desenganchar las maletas… Cuando acabó de “registrarme”, tardé fácil una media hora en recolocar todo tal como lo traía. Menuda hija de puta!!!!!! Cumplido con ese trámite me mandó a que finalmente me sellasen el pasaporte. Para allá que fui y si la agente Salvador era una hija de su madre máxima, la que me tocó en el pasaporte fue un encanto. Tuve que pagar una tasa de 6$ para entrar en el país (en esto EE.UU es bananero como todos los anteriores) y una vez pagada, toma de huellas dactilares, foto para la posteridad y sello al canto. Lo curioso es que de la moto, no me pidieron absolutamente nada, les da exactamente igual lo que haga con ella, como si la quemo en pleno Washington DC, lo que quieren es tenerme controlado y como me dijo ella, que no me quede en EE.UU pasados los 90 días de rigor.



Ya con mi pasaporte sellado y mi papelito amarillo en regla pude salir de allí. Última frontera después de las trece que he tenido que cruzar. Sinceramente me esperaba que el trámite norteamericano iba a ser mucho peor, y salvo la capulla que me tocó en la revisión de la moto, el resto fue fácil.

Bienvenido a California


Hoy he acabado en Huntington Beach. En mi vida había oído hablar de este sitio pero es el típico pueblo de playa californiano con todos los extras. Cuando he llegado, he tirado los trastos en la habitación, me he peinado un poco la peluca y a ver la playa que me he ido. El pueblo tiene una especie de paseo marítimo y un muelle que se interna en el mar, en el que te podías encontrar todos los ingredientes de una postal californiana. Desde surferitos con sus tablas y sus neoprenos, macizas luciendo tipazo, cachitas haciendo deporte sin camiseta marcando músculos que yo no tenía ni idea de que existían, pandilleros súper malotes paseando sus perros asesinos y negros jugando al baloncesto en canchas al lado de la playa.

Las pulgas me persiguen

A ver qué me depara mi visita norteamericana.

La etapa del día

domingo, 29 de marzo de 2015

29 de marzo de 2015 – San Quintín – La Misión – 183km + 61km – 10h

Es curioso como las circunstancias cambian tus percepciones, tu nivel de exigencia. Ayer, una vez que me dejaron mis salvadores en el motel, cogí una habitación, la pagué, llevé la moto hasta la puerta de la habitación empujando y cuando puse el caballete de la moto, pensé: - Madre mía cómo cambian las cosas en cuestión de segundos. Hacía unas pocas horas me encontraba tirado en medio del desierto, bastante agobiado, pensando cómo iba a salir de allí y pocas horas después me encontraba frente a la puerta de una habitación de un motel de mala muerte pero que me parecía el Hilton. En otras circunstancias, al ver el lugar, creo que no hubiese cruzado ni el umbral de la puerta, pero pensando de dónde había salido no dejaba de pensar lo afortunado que era de estar allí.

Sobre el motel podría escribir un capítulo entero. Para empezar, está claro que no todas las personas son buenas y como dicen aquí, si te pueden “chingar” van a hacerlo a la mínima oportunidad que tengan. Cuando llegué al motel y pregunté por la habitación, el recepcionista me dijo que la habitación eran 390 pesos (23,52€). Llevaba un libro de registro dónde apuntaba el nombre de todos los clientes y al lado el importe de la habitación, y como sé leer, vi que el precio que había cobrado a los anteriores, fuesen uno, dos o doscientos por habitación, era de 290 pesos (17,49€). Con la costumbre, el tipo apuntó mi nombre y la cantidad de 290 pesos, pero luego, cayó en la cuenta y el dos lo convirtió en un 3. No quise ponerme a discutir, así que saqué el dinero y le pagué. Cuando entré en la habitación había que verla. 

El Hilton
Creo que lo peor de todo fue el olor, una mezcla de tabaco con desinfectante fortísima que aún creo tener clavada en la pituitaria. El baño por lo menos, aunque decrépito estaba limpio, pero cuando abrí una de las camas, por la cantidad de pelos que había dentro, parecía que hubiese dormido allí el Yeti. De la colcha y de la manta mejor no hablar. Sé de muchas que hubiesen preferido dormir en medio del desierto antes que en aquella cama. Las paredes de la habitación no habían sido pintadas desde el Pleistoceno superior, tenían manchas de todo, no lo quise ni pensar y como colofón, había varias inscripciones en las se podían leer perlas como: aquí cogió Benito, Alex y Elvira o Culiacán, Sinaloa. Con todo lo que me había pasado en el día, me duché, salí a un puesto que había en la puerta del motel a comprarme un par de tacos, me los comí, volví al cuarto y a dormir.

Me habían dicho que había un taller cercano, que a pesar de ser domingo probablemente abriría en torno a las 8 así que, a las 8 estaba yo saliendo por la puerta del motel, con la cadena en la mano en busca del taller. Fui hasta dónde me dijeron que debía de estar y allí no encontré nada. Pasé por delante de una gasolinera y allí pregunté a un chico que tenía una moto si conocía algún taller, me dijo que a un kilómetro sabía de uno pero que dudaba que en domingo estuviese abierto. Para allá que me fui y cuando estaba pasando de nuevo por la puerta de mi motel, vi pasar por la carretera una camioneta blanca enorme tirando de un remolque también enorme con una moto de enduro detrás. En ese momento pensé que probablemente esa persona supiese dónde había un taller, así que me puse a hacerle señas como un loco, enseñándole, no sé muy bien porqué, el paquetito que había hecho con un trapo dónde llevaba mi cadena. Cuando paró, me fijé que era una camioneta con matrícula de California y un banderón norteamericano pegado en la puerta del pasajero. Pensé que sería un norteamericano con lo que no las tenía todas conmigo que supiese de un taller. Según bajó la ventanilla le pregunté si hablaba español, el tipo me dijo que sí, y corriendo le expliqué lo que pasaba y si sabía de un taller dónde poder llevar la moto. El señor se bajó de la camioneta, me dijo que creía tener el seguro que me hacía falta para cerrar la cadena, se puso a abrir cajones y bolsas que llevaba en la caja de atrás pero no encontró nada. Estaba empezando yo a perder la esperanza cuando me dijo: - yo voy para Ensenada, si quieres montamos la moto y seguro que allí tienes más oportunidades de arreglar la moto. No me lo podía creer, de estar totalmente desahuciado en ese pueblo, siendo domingo y con todo cerrado, a que me llevase a Ensenada (una señora ciudad) para poder, al día siguiente, resolver el tema.  Me dijo que tenía relativa prisa así que me apurase en traer la moto para subirla en el carro. Creo que en todo este viaje no he tardado menos en cargar el equipaje y salir zumbando de lo que lo hice ayer. A los cinco minutos estaba saliendo del aparcamiento del hotel, empujando la moto, eso sí, y lista para subirla al remolque. Subimos la moto, la amarramos y para Ensenada que nos fuimos.

Camino de Ensenada
El tipo de la camioneta resultó ser un tal Óscar. Era un mexicano que en sus ratos libres se dedicaba a echar una mano en una empresa norteamericana de excursiones en moto de campo. La empresa tiene unas cuantas motos y una camioneta con todo lo necesario para darles asistencia y vende tours por toda Baja California, desde excursiones sencillas, a correr incluso la Baja 1.000. Echaba una mano en la empresa porque era un envenenado de las motos, llevaba toda la vida montando y corriendo, de hecho había corrido la Baja en unas 18 ocasiones, y esa mañana, estaba dando asistencia a un tour de tres norteamericanos más dos amigos suyos íntimos que se habían sumado a la excursión. Camino de Ensenada paramos varias veces a encontrarnos con los que iban montando en moto, para echarles gasolina, darles agua, comida… Además de a Óscar, conocí a dos de sus amigos, uno era el guía del tour y otro era un íntimo amigo suyo, pirrado por las motos, que además conocía España, y Madrid en concreto, mejor que yo, pues habitualmente viaja para allá. Entre parada y parada estuvimos “platicando” largo y tendido con los de la excursión, y cuando ellos no estaban entre Óscar y yo. Nos pusimos al día de nuestras vidas, me contó un montón de cosas, tanto de la Baja 1.000 como sobre la realidad que hay en la Baja California y la frontera norteamericana. Él, de hecho, a pesar de ser mexicano de pura cepa, por circunstancias muy rocambolescas, había nacido en EE.UU con lo que era también más norteamericano que George Washington. Después de la última parada de ayuda que hicimos a los moteros, nos dirigimos definitivamente a Ensenada. Camino de allí, Óscar llamó a un amigo suyo mecánico para preguntarle si podría echarme una mano esa misma tarde y sacarme del atolladero. Quedó en que pasaríamos por su casa y vería qué podía hacer. Yo no daba crédito a lo que me estaba pasando, había tenido una suerte, que ni en cien vidas, de dar con la persona más apropiada de todo México.

Llegamos a Ensenada, fuimos a la casa del mecánico, bajamos la moto y allí que me quedé para ver si podíamos solucionar el problema. Una vez más le agradecí a Óscar setecientas cincuenta mil veces el grandísimo favor que me había hecho, ya no sólo de acercarme hasta Ensenada sino además ponerme en contacto con el mecánico. Me dijo también que si no lo solucionaba le diese un toque para pasar la noche con ellos y solucionarlo al día siguiente. Una vez más, mil millones de gracias Óscar.

El mecánico era un tal Víctor, que tenía un taller en la parte de atrás de su casa. Cuando Óscar le llamó le dijo el modelo de mi moto y antes de que llegásemos, Víctor se había puesto a mirar en internet para ver las especificaciones de la cadena, etc. Cuando llegué, había estado mirando debajo de las piedras y había encontrado una cadena prácticamente nueva de una moto de enduro, que me podría servir. Antes de cambiarme la cadena solucionó primero el problema del tensor derecho. Con mucho mimo y amor, poco a poco lo fue soltando y apretando hasta que lo sacó del todo, le dio bien de grasa, y lo volvió a meter para que fuese más suelto en el futuro.

Maletitas en el hospital
Aprovechando la ocasión hizo lo mismo con el izquierdo. Intentó también cambiarme las pastillas de freno pero no logró encontrar unas similares entre las distintas pastillas que tenía en el taller. Me puso la cadena, me la tensó y como remate final me miró el nivel de aceite del motor, estaba más bajo de lo recomendable y lo rellenó. Respecto a la cadena anterior, Víctor me dijo que no era una cadena tan mala, el problema es que motos como la mía que tienen tanto par, necesitan unas cadenas especiales que llevan unos retenes de goma entre los eslabones. La anterior no los llevaba, habría sido una buena cadena para una moto mucho más pequeña de cilindrada pero no para esta. En teoría él pensaba que con la cadena que me había puesto tendría más que de sobra para llegar hasta mi destino final sin problemas.

Victor, mi salvador
Yo seguía en shock, no dando crédito a la suerte que había tenido de haberme encontrado primero a Óscar y posteriormente haber acabado en el taller de Víctor.  Después de todas las reparaciones, “maletitas” estaba otra vez 100% operativa para continuar con mi camino. Una vez más le di cien millones de gracias a Victor y continué con mi camino.



Eran las cuatro de la tarde y mi idea era tirar hacia Tijuana para cruzar la frontera. Mientras pasaba por Ensenada me acordé de que con los nervios ni había desayunado ni había comido así que me paré a comer. Mientras estaba comiendo no dejaba de pensar en la infinita suerte que había tenido, cómo todo me había salido rodado, y del cambio de escenario que había tenido en menos de 24 horas, de estar tirado en medio del desierto con la cadena rota a poder estar tirando ya hacia EE.UU, increíble.  



Salí de Ensenada hacía Tijuana. He de decir que la carretera que une Ensenada con Tijuana es realmente bonita. Estaba ya cayendo la tarde y pensé que lo mejor sería pasar la noche en México y a la mañana siguiente intentar cruzar. Al parecer el cruce lleva bastante tiempo y prefería no salir de noche de la frontera norteamericana y ponerme a buscar dónde quedarme a dormir, etc. Paré pues en un pueblo a lo largo de la carretera, busqué un motel algo más apañado que el de la noche anterior y aquí me quedé.




Curiosa singladura mexicana la que he tenido. De no querer pasar a quizás tener las experiencias más inolvidables de todo el viaje. Mira que pensaba que ya no había más tela que cortar, está claro que hasta que no llegue a mi destino esto no se ha acabado. Una vez más, no dejo de pensar qué suerte he tenido.

La etapa del día

sábado, 28 de marzo de 2015

28 de marzo de 2015 – Loreto – San Quintín – 588km + 243km – 15h

Probablemente, porque no estaba tranquilo con el tema de la cadena o por lo que fuese, a las 6 de la mañana estaba ya como un búho. Decidí ponerme en marcha, pues si bien mi idea original era ir hasta un pueblo que se llama Guerrero Negro que estaba a unos 415km de Loreto, visto cómo estaba la cadena, mi idea era hacer el mayor número de kilómetros posibles para acercarme cuanto antes a EE.UU, y por fin poder cambiar todo el kit de la transmisión. En torno a las 6:45 salí por la puerta con rumbo norte.



La verdad es que hoy ha sido un día agotador, sobre todo mentalmente. Desde el primer kilómetro estuve obsesionado con que se me podía salir la cadena y en el caso de hacerlo y bloquearse la rueda podría tener un accidente. De alguna manera estaba en constante alerta para que en el caso de que ocurriese, intentar reaccionar de la mejor manera. Era tal mi psicosis que cuando se ponía detrás un coche o un camión, me echaba a un lado en seguida no fuese a ser justo en ese momento que se saliese, me quedase frenado y me pasasen por encima. Mientras iba montado en la moto y viendo que no dejaba de pensar ni un minuto en el tema de la cadena, intenté esforzarme en cambiar mis pensamientos pero no era capaz. Intenté fijarme en el paisaje, disfrutar un poco del mismo porque si bien es cierto que no estaba yo para paisajes,  tengo que decir que esta parte de Baja California me ha encantado.



La carretera transcurre pegada al mar y es realmente bonita. Hay unas bahías preciosas, con islas, con el mar totalmente en calma… realmente precioso. No sólo lo debo opinar yo, pues hay un montón de gente que viene con sus auto caravanas o en tiendas de campaña y acampa en campings o espacios destinados a ello al lado del mar.



Realmente espectacular. Lástima que yo estaba en modo obsesión pero aún así pude disfrutar algo del paisaje. Además tengo que decir que Baja California es el paraíso de los cactus.

Cactus XL
En Lanzarote hay un Jardín de Cactus que diseñó César Manrique y en su día cuando lo visité, me pareció curioso que en los cartelitos dónde aparece el nombre de los distintos cactus y su procedencia, muchos eran originarios de Baja California. No me extraña, hay cactus de todos los tamaños, colores y sabores.



Seguía obsesionado con el tema de la cadena, pasaban los kilómetros y por ahora aguantaba, el problema es que encontrarte con este tipo de señales es descorazonador, pensando todo lo que me quedaba por delante.  



Cada 100 kilómetros paraba a ver cómo estaba la cadena. La verdad es que hasta que llegué a Guerrero Negro, que estaba a unos 400 kilómetros, la cadena aguantó bien, pero justo cuando paré en el límite entre el estado de Baja California Sur y Baja California, me di cuenta de que la cadena se había destensado muchísimo. Viendo como estaba, llegué a la conclusión de que ayer cuando se me salió la cadena, debía de estar igual y que simplemente no me di cuenta de ello y acabó saliéndose.





Volví a parar y con la herramienta que me regaló Antonio el camionero el día anterior y con mis herramientas, la tensé. Como ya dije ayer, el tensor derecho estaba atascado y no daba más de si, con lo que para poder tensar ambos lados por igual, me tuve que apañar poniendo una piedra entre el tensor y el eje de la rueda. Logré tensar la cadena y pude así continuar.

Truco lítico para poder continuar
Hice otros 30 kilómetros más hasta que llegué a la que en teoría era la última gasolinera en lo próximos 315 kilómetros. El siguiente pueblo grande era un tal Rosarito y ese era en teoría mi destino por hoy. Llené el depósito y para allá que me fui. Cuando llevaba unos 150 kilómetros desde que tensé la cadena por última vez, y habiendo echado un ojo a los 75, volví a parar y la cadena estaba otra vez floja. El deterioro de la cadena iba en aumento, y cada vez aguantaba peor la tensión. Volví a tensarla y esperaba que me aguantase otros 75 o 100 kilómetros hasta el próximo tensado. Arranqué y a los pocos metros de arrancar empezó a sonar un “clac” muy fuerte. Paré en la cuneta en cuanto pude, pensé que quizás me había pasado tensando la cadena y miré a ver qué es lo que había pasado.



Pues bien, el problema es que se había caído el prisionero que trinca el pasador que une los eslabones de la cadena y estaba a punto de partirse. Hasta aquí habíamos llegado, no podía continuar. Me puse a buscar como un loco ese prisionero pero no hubo manera de encontrarlo. Estaba literalmente muerto.

Maletitas muerta
Mi situación era jodida, lo único bueno es que aún eran las dos de la tarde pero me encontraba justo en el punto equidistante entre el pueblo más cercano al sur y el pueblo más cercano al norte. No podía continuar más andando con la moto y ahora era cuestión de que alguien me ayudase. La única solución para salir de allí era o bien que me remolcasen o bien que parase una camioneta, subir la moto en la parte de atrás y tirar hacia el norte en busca de algún lugar dónde conseguir un pasador o una cadena nueva o algo. No sé si fue una premonición pero todas las mañana antes de salir, me pinto con un fluorescente la ruta que voy a hacer en el mapa. Esta mañana había pintado el mapa un poco más allá de Guerrero Negro, no hasta Rosarito dónde era mi intención llegar. Pues bien, la cadena se me fastidió prácticamente dónde había dejado de pintar, qué casualidad!!!

Mapa premonitorio
El tema era el siguiente, coches pasaban pero el 90% de los mismos iban en sentido sur pues comienza la Semana Santa y son muchos los que van hasta Baja California a pasarla. Todo eran camionetas pick up gigantes, cargadas hasta las cejas y en sentido sur. Hacia el norte no iba ni Dios, a penas pasaban coches y aunque hice señas para que me ayudasen no paraba nadie. Entiendo que con la psicosis actual no pare nadie pero es que no hacían amago ni de frenar. Llevaba allí ya más de media hora y la cosa no pintaba nada bien.


He de reconocer que estaba bastante agobiado, estaba en el medio de la nada, sin posibilidad alguna de continuar, pasaban coches pero no paraba nadie y ya me estaba viendo pasando la noche en medio del desierto. Me arrepentí en ese momento de no haber sido un ferviente seguidor de los programas esos de “El último superviviente” en el que el tipo saca agua de un cactus y se cocina una serpiente de cascabel. Siempre que los he visto he pensado: - pero quien es el pringao que se pierde en pleno desierto mexicano??? Pues yo. Aunque tenía una botella de medio litro de agua, no tenía nada de comida y aunque sabía que morirme no me iba a morir, de veras que estaba agobiado con cómo salir de esa situación. Por no haber, no había ni cobertura de móvil para llamar a la policía o a una grúa o alguien para que me sacase de allí. A medida que pasaba el tiempo, y a pesar de mis señales, no paraba ni Dios, me iba preocupando más y más.

Pasada casi una hora desde que me quedé tirado finalmente paró un coche en el que iban un padre y un hijo. En un primer momento el tipo paró con cierta desconfianza pero cuando vio que era español y le expliqué un poco el tema, se acabó bajando del coche y echó un vistazo. Le pregunté si podría llamar una grúa y me dijo que allí no había grúa que valiese. Al igual que yo, coincidía en que lo mejor que me podía pasar era que apareciese una camioneta y me subiera la moto detrás, si no, malo. Al final se ofreció a remolcarme hasta lo que aquí llaman “ranchos” que son una especie de paraderos dónde hay restaurantes de carretera y venden gasolina, y que están desperdigados a lo largo de la ruta. Me dijo que allí paraba gente de vez en cuando y que tendría más posibilidades de que alguien me ayudara. Con un par de cinchas que me he traído, enganchamos la moto al coche y tiramos. Me remolcó unos 25 kilómetros hasta el rancho más cercano y allí me dejó.



No le pude dar más veces las gracias por haberme sacado de semejante embolado. El tipo me dijo que era lo mínimo que podía hacer por mi y que no había necesidad de agradecerle. Se llamaba Arturo Mesa Mayoral. Por lo menos ya estaba en un sitio civilizado, a las malas podía pasar la noche tirado, o dentro del restaurante o en el porche, y de hambre y sed no me iba a morir.


En el restaurante había unos tipos comiendo y todo apuntaba a que eran los dueños de una camioneta que estaba en la puerta. Les pregunté si iban para el norte y si podrían hacerme el favor de llevarme la moto en la parte de atrás. Los tipos me dijeron que iban hacia San Quintín (a unos 300 kilómetros de allí hacia el norte) y que estaban allí porque tenía que remolcar otra furgoneta que ayer se había quedado tirada. Para ello traían una especie de remolque donde subir las ruedas delanteras de la furgoneta y luego poder así remolcarla. Me dijeron que si la moto entraba en la parte de atrás no habría problema. Les dejé acabar de comer y después de eso la verdad es que me sentí bastante menos agobiado y pensé en lo afortunado que había sido de haber podido salir de esta situación. Cuando acabaron de comer, entre todos logramos subir la moto a la parte de atrás, la trinqué bien para que no se moviese con las dos cinchas, ellos apañaron el remolque de la otra furgoneta y emprendimos el camino.

Maletitas salvada
Y ahí estaba yo, tumbado en la parte de atrás de una camioneta, con “maletitas” pachucha al lado y camino de San Quintín. La verdad es que cuando me vi subido en la parte de atrás, con la moto a mi lado y camino del norte (más cerca de Estados Unidos) no paraba de decirme: - menos mal Álvaro, qué suerte has tenido!!!



Tardamos casi cinco horas en recorrer los algo más de doscientos y pico kilómetros que quedaban hasta San Quintín, tuvimos que parar varias veces a recomponer el remolque de la furgoneta pues a veces, las cinchas que tenían trincadas las ruedas delanteras se soltaban.

Mis salvadores
Cuando anocheció, no te puedes imaginar el frío que hacía. Mira que iba con el traje de la moto y en una de las paradas que hicimos antes de que anocheciese, cogí el forro y el gorro pues imaginaba que con el viento y cuando se pusiese el sol haría fresco. Me quedé helado, y eso que iba pegado a la cabina intentando resguardarme del viento. No dejaba de pensar una y otra vez cómo hubiese sido pasar la noche a la intemperie, y también no dejaba de pensar en aquello que dicen de que los cambios de temperatura en el desierto son extremos. Y ahí, en mi cajita de la camioneta a pesar de estar helado y ya con el culo cuadrado de las cinco horas de ir sentado y dando botes, estaba feliz y contento de haber salido de semejante situación.

Antes de terminar mi relato de hoy quería contar una cosa.

Hará cosa de ocho o diez años, volviendo de Lanzarote o Fuerteventura (ahora mismo no recuerdo muy bien), di con mis huesos en el aeropuerto de Barajas. Volvía de pasar una semana mareando con mis cometas, lo que significaba que traía bastante equipaje. Con tal de no coger un taxi (mi amor por los taxista es atávico) estuve tentado de cogerme los bártulos e irme a casa en Metro pero..., juraría que era julio o agosto, hacía 700º en Madrid y no me veía yo muy por la labor de meterme semejante palizón. El caso es que llamé por teléfono a mi padre y le pregunté si podía venir a buscarme. Me dijo que sí, que cogía el coche y en unos 20/25 minutos estaría por allí. Mientras estaba haciendo tiempo sentado en Salidas de la T1, apareció por allí un tipo, no sabría decir si peruano, ecuatoriano, boliviano..., con una maleta de 200kg y una cazadora de cuero abrochada hasta el cuello (a pesar de los 700º). La verdad es que el hombre parecía bastante perdido y agobiado. Me preguntó cómo podía llegar a cierta pensión en Madrid, cómo podía hacer para llamar a un número de teléfono que traía apuntado en un papel, dónde se podía coger el autobús o el Metro, etc. Vi al pobre hombre bastante angustiado, me dio lástima, y en ese momento pensé: vaya putada, llegar a Madrid siendo extranjero, sin saber dónde ir, sin conocer el sitio, arrastrando semejante maletón... Decidí pues, que cuando llegase mi padre, le metíamos en el coche y le acercábamos a Madrid. Cuando apareció mi padre, me vio con el tipo al lado, le expliqué más o menos la situación, mi padre no dijo ni pio y de hecho, le pareció buenísima la idea de acercarle a dónde fuese. Cargado el equipaje, montamos al paisano en el coche y camino de Avenida de América, le fuimos aleccionando de los múltiples peligros que podía "encontrarse" en Madrid. Le dijimos 300 veces que no se fiase de nadie, le dijimos dónde comprar una tarjeta prepago para un móvil y así poder llamar a quien quisiese, el tema del bonometro, dónde ir, dónde cenar algo, dónde cambiar dinero, con qué tener cuidado… Tras una charla de bienvenida y exposición de múltiples peligros de unos 15 minutos, llegamos a la calle Cartagena que era dónde nuestro amigo tenía el hostal. Como no tenía dinero cambiado, le di 40€ para que al menos el tipo fuese tirando ese día y el siguiente. El señor, no dejó de agradecernos todo el camino lo amables que habíamos sido y emocionadísimo y con lágrimas en los ojos, lamentaba no poder correspondernos. En el momento de despedirnos, para quitarle dramatismo a la situación, le dije que no se preocupase, que lo habíamos hecho encantados y añadí: arrieritos somos y en el camino nos encontraremos. Se me quedó marcada la cara de agradecimiento infinito con la que me miró. 

Continuando con mi relato anterior..., habiendo llegado más o menos a las 11 de la noche al San Quintín, mis "salvadores" pararon delante de un motel para que pudiese pasar allí la noche. Me ayudaron a bajar la moto, a recomponerla (le quité las maletas para poder subirla), me acompañaron hasta la puerta del motel para que no me pasase nada y además, me estuvieron dando indicaciones de dónde podía ir al día siguiente para intentar solventar el problema y dónde podía coger un autobús si necesitaba ir hasta Ensenada. Cuando llegó la hora de despedirnos, quise darles 500 pesos, que era el dinero cambiado que llevaba encima, por lo menos para colaborar de alguna manera en la gasolina o en el viaje o en lo que fuese. Se negaron en rotundo, me dijeron que de ninguna manera y uno de ellos me dijo: arrieros somos y en el camino nos encontraremos. Cuando escuché eso, esas mismas palabras en boca de uno de mis "salvadores" se me saltaron las lágrimas y puedo garantizar que puse la misma cara que mi amigo del aeropuerto.


La etapa del día I

La etapa del día II
La etapa del día III