sábado, 28 de marzo de 2015

28 de marzo de 2015 – Loreto – San Quintín – 588km + 243km – 15h

Probablemente, porque no estaba tranquilo con el tema de la cadena o por lo que fuese, a las 6 de la mañana estaba ya como un búho. Decidí ponerme en marcha, pues si bien mi idea original era ir hasta un pueblo que se llama Guerrero Negro que estaba a unos 415km de Loreto, visto cómo estaba la cadena, mi idea era hacer el mayor número de kilómetros posibles para acercarme cuanto antes a EE.UU, y por fin poder cambiar todo el kit de la transmisión. En torno a las 6:45 salí por la puerta con rumbo norte.



La verdad es que hoy ha sido un día agotador, sobre todo mentalmente. Desde el primer kilómetro estuve obsesionado con que se me podía salir la cadena y en el caso de hacerlo y bloquearse la rueda podría tener un accidente. De alguna manera estaba en constante alerta para que en el caso de que ocurriese, intentar reaccionar de la mejor manera. Era tal mi psicosis que cuando se ponía detrás un coche o un camión, me echaba a un lado en seguida no fuese a ser justo en ese momento que se saliese, me quedase frenado y me pasasen por encima. Mientras iba montado en la moto y viendo que no dejaba de pensar ni un minuto en el tema de la cadena, intenté esforzarme en cambiar mis pensamientos pero no era capaz. Intenté fijarme en el paisaje, disfrutar un poco del mismo porque si bien es cierto que no estaba yo para paisajes,  tengo que decir que esta parte de Baja California me ha encantado.



La carretera transcurre pegada al mar y es realmente bonita. Hay unas bahías preciosas, con islas, con el mar totalmente en calma… realmente precioso. No sólo lo debo opinar yo, pues hay un montón de gente que viene con sus auto caravanas o en tiendas de campaña y acampa en campings o espacios destinados a ello al lado del mar.



Realmente espectacular. Lástima que yo estaba en modo obsesión pero aún así pude disfrutar algo del paisaje. Además tengo que decir que Baja California es el paraíso de los cactus.

Cactus XL
En Lanzarote hay un Jardín de Cactus que diseñó César Manrique y en su día cuando lo visité, me pareció curioso que en los cartelitos dónde aparece el nombre de los distintos cactus y su procedencia, muchos eran originarios de Baja California. No me extraña, hay cactus de todos los tamaños, colores y sabores.



Seguía obsesionado con el tema de la cadena, pasaban los kilómetros y por ahora aguantaba, el problema es que encontrarte con este tipo de señales es descorazonador, pensando todo lo que me quedaba por delante.  



Cada 100 kilómetros paraba a ver cómo estaba la cadena. La verdad es que hasta que llegué a Guerrero Negro, que estaba a unos 400 kilómetros, la cadena aguantó bien, pero justo cuando paré en el límite entre el estado de Baja California Sur y Baja California, me di cuenta de que la cadena se había destensado muchísimo. Viendo como estaba, llegué a la conclusión de que ayer cuando se me salió la cadena, debía de estar igual y que simplemente no me di cuenta de ello y acabó saliéndose.





Volví a parar y con la herramienta que me regaló Antonio el camionero el día anterior y con mis herramientas, la tensé. Como ya dije ayer, el tensor derecho estaba atascado y no daba más de si, con lo que para poder tensar ambos lados por igual, me tuve que apañar poniendo una piedra entre el tensor y el eje de la rueda. Logré tensar la cadena y pude así continuar.

Truco lítico para poder continuar
Hice otros 30 kilómetros más hasta que llegué a la que en teoría era la última gasolinera en lo próximos 315 kilómetros. El siguiente pueblo grande era un tal Rosarito y ese era en teoría mi destino por hoy. Llené el depósito y para allá que me fui. Cuando llevaba unos 150 kilómetros desde que tensé la cadena por última vez, y habiendo echado un ojo a los 75, volví a parar y la cadena estaba otra vez floja. El deterioro de la cadena iba en aumento, y cada vez aguantaba peor la tensión. Volví a tensarla y esperaba que me aguantase otros 75 o 100 kilómetros hasta el próximo tensado. Arranqué y a los pocos metros de arrancar empezó a sonar un “clac” muy fuerte. Paré en la cuneta en cuanto pude, pensé que quizás me había pasado tensando la cadena y miré a ver qué es lo que había pasado.



Pues bien, el problema es que se había caído el prisionero que trinca el pasador que une los eslabones de la cadena y estaba a punto de partirse. Hasta aquí habíamos llegado, no podía continuar. Me puse a buscar como un loco ese prisionero pero no hubo manera de encontrarlo. Estaba literalmente muerto.

Maletitas muerta
Mi situación era jodida, lo único bueno es que aún eran las dos de la tarde pero me encontraba justo en el punto equidistante entre el pueblo más cercano al sur y el pueblo más cercano al norte. No podía continuar más andando con la moto y ahora era cuestión de que alguien me ayudase. La única solución para salir de allí era o bien que me remolcasen o bien que parase una camioneta, subir la moto en la parte de atrás y tirar hacia el norte en busca de algún lugar dónde conseguir un pasador o una cadena nueva o algo. No sé si fue una premonición pero todas las mañana antes de salir, me pinto con un fluorescente la ruta que voy a hacer en el mapa. Esta mañana había pintado el mapa un poco más allá de Guerrero Negro, no hasta Rosarito dónde era mi intención llegar. Pues bien, la cadena se me fastidió prácticamente dónde había dejado de pintar, qué casualidad!!!

Mapa premonitorio
El tema era el siguiente, coches pasaban pero el 90% de los mismos iban en sentido sur pues comienza la Semana Santa y son muchos los que van hasta Baja California a pasarla. Todo eran camionetas pick up gigantes, cargadas hasta las cejas y en sentido sur. Hacia el norte no iba ni Dios, a penas pasaban coches y aunque hice señas para que me ayudasen no paraba nadie. Entiendo que con la psicosis actual no pare nadie pero es que no hacían amago ni de frenar. Llevaba allí ya más de media hora y la cosa no pintaba nada bien.


He de reconocer que estaba bastante agobiado, estaba en el medio de la nada, sin posibilidad alguna de continuar, pasaban coches pero no paraba nadie y ya me estaba viendo pasando la noche en medio del desierto. Me arrepentí en ese momento de no haber sido un ferviente seguidor de los programas esos de “El último superviviente” en el que el tipo saca agua de un cactus y se cocina una serpiente de cascabel. Siempre que los he visto he pensado: - pero quien es el pringao que se pierde en pleno desierto mexicano??? Pues yo. Aunque tenía una botella de medio litro de agua, no tenía nada de comida y aunque sabía que morirme no me iba a morir, de veras que estaba agobiado con cómo salir de esa situación. Por no haber, no había ni cobertura de móvil para llamar a la policía o a una grúa o alguien para que me sacase de allí. A medida que pasaba el tiempo, y a pesar de mis señales, no paraba ni Dios, me iba preocupando más y más.

Pasada casi una hora desde que me quedé tirado finalmente paró un coche en el que iban un padre y un hijo. En un primer momento el tipo paró con cierta desconfianza pero cuando vio que era español y le expliqué un poco el tema, se acabó bajando del coche y echó un vistazo. Le pregunté si podría llamar una grúa y me dijo que allí no había grúa que valiese. Al igual que yo, coincidía en que lo mejor que me podía pasar era que apareciese una camioneta y me subiera la moto detrás, si no, malo. Al final se ofreció a remolcarme hasta lo que aquí llaman “ranchos” que son una especie de paraderos dónde hay restaurantes de carretera y venden gasolina, y que están desperdigados a lo largo de la ruta. Me dijo que allí paraba gente de vez en cuando y que tendría más posibilidades de que alguien me ayudara. Con un par de cinchas que me he traído, enganchamos la moto al coche y tiramos. Me remolcó unos 25 kilómetros hasta el rancho más cercano y allí me dejó.



No le pude dar más veces las gracias por haberme sacado de semejante embolado. El tipo me dijo que era lo mínimo que podía hacer por mi y que no había necesidad de agradecerle. Se llamaba Arturo Mesa Mayoral. Por lo menos ya estaba en un sitio civilizado, a las malas podía pasar la noche tirado, o dentro del restaurante o en el porche, y de hambre y sed no me iba a morir.


En el restaurante había unos tipos comiendo y todo apuntaba a que eran los dueños de una camioneta que estaba en la puerta. Les pregunté si iban para el norte y si podrían hacerme el favor de llevarme la moto en la parte de atrás. Los tipos me dijeron que iban hacia San Quintín (a unos 300 kilómetros de allí hacia el norte) y que estaban allí porque tenía que remolcar otra furgoneta que ayer se había quedado tirada. Para ello traían una especie de remolque donde subir las ruedas delanteras de la furgoneta y luego poder así remolcarla. Me dijeron que si la moto entraba en la parte de atrás no habría problema. Les dejé acabar de comer y después de eso la verdad es que me sentí bastante menos agobiado y pensé en lo afortunado que había sido de haber podido salir de esta situación. Cuando acabaron de comer, entre todos logramos subir la moto a la parte de atrás, la trinqué bien para que no se moviese con las dos cinchas, ellos apañaron el remolque de la otra furgoneta y emprendimos el camino.

Maletitas salvada
Y ahí estaba yo, tumbado en la parte de atrás de una camioneta, con “maletitas” pachucha al lado y camino de San Quintín. La verdad es que cuando me vi subido en la parte de atrás, con la moto a mi lado y camino del norte (más cerca de Estados Unidos) no paraba de decirme: - menos mal Álvaro, qué suerte has tenido!!!



Tardamos casi cinco horas en recorrer los algo más de doscientos y pico kilómetros que quedaban hasta San Quintín, tuvimos que parar varias veces a recomponer el remolque de la furgoneta pues a veces, las cinchas que tenían trincadas las ruedas delanteras se soltaban.

Mis salvadores
Cuando anocheció, no te puedes imaginar el frío que hacía. Mira que iba con el traje de la moto y en una de las paradas que hicimos antes de que anocheciese, cogí el forro y el gorro pues imaginaba que con el viento y cuando se pusiese el sol haría fresco. Me quedé helado, y eso que iba pegado a la cabina intentando resguardarme del viento. No dejaba de pensar una y otra vez cómo hubiese sido pasar la noche a la intemperie, y también no dejaba de pensar en aquello que dicen de que los cambios de temperatura en el desierto son extremos. Y ahí, en mi cajita de la camioneta a pesar de estar helado y ya con el culo cuadrado de las cinco horas de ir sentado y dando botes, estaba feliz y contento de haber salido de semejante situación.

Antes de terminar mi relato de hoy quería contar una cosa.

Hará cosa de ocho o diez años, volviendo de Lanzarote o Fuerteventura (ahora mismo no recuerdo muy bien), di con mis huesos en el aeropuerto de Barajas. Volvía de pasar una semana mareando con mis cometas, lo que significaba que traía bastante equipaje. Con tal de no coger un taxi (mi amor por los taxista es atávico) estuve tentado de cogerme los bártulos e irme a casa en Metro pero..., juraría que era julio o agosto, hacía 700º en Madrid y no me veía yo muy por la labor de meterme semejante palizón. El caso es que llamé por teléfono a mi padre y le pregunté si podía venir a buscarme. Me dijo que sí, que cogía el coche y en unos 20/25 minutos estaría por allí. Mientras estaba haciendo tiempo sentado en Salidas de la T1, apareció por allí un tipo, no sabría decir si peruano, ecuatoriano, boliviano..., con una maleta de 200kg y una cazadora de cuero abrochada hasta el cuello (a pesar de los 700º). La verdad es que el hombre parecía bastante perdido y agobiado. Me preguntó cómo podía llegar a cierta pensión en Madrid, cómo podía hacer para llamar a un número de teléfono que traía apuntado en un papel, dónde se podía coger el autobús o el Metro, etc. Vi al pobre hombre bastante angustiado, me dio lástima, y en ese momento pensé: vaya putada, llegar a Madrid siendo extranjero, sin saber dónde ir, sin conocer el sitio, arrastrando semejante maletón... Decidí pues, que cuando llegase mi padre, le metíamos en el coche y le acercábamos a Madrid. Cuando apareció mi padre, me vio con el tipo al lado, le expliqué más o menos la situación, mi padre no dijo ni pio y de hecho, le pareció buenísima la idea de acercarle a dónde fuese. Cargado el equipaje, montamos al paisano en el coche y camino de Avenida de América, le fuimos aleccionando de los múltiples peligros que podía "encontrarse" en Madrid. Le dijimos 300 veces que no se fiase de nadie, le dijimos dónde comprar una tarjeta prepago para un móvil y así poder llamar a quien quisiese, el tema del bonometro, dónde ir, dónde cenar algo, dónde cambiar dinero, con qué tener cuidado… Tras una charla de bienvenida y exposición de múltiples peligros de unos 15 minutos, llegamos a la calle Cartagena que era dónde nuestro amigo tenía el hostal. Como no tenía dinero cambiado, le di 40€ para que al menos el tipo fuese tirando ese día y el siguiente. El señor, no dejó de agradecernos todo el camino lo amables que habíamos sido y emocionadísimo y con lágrimas en los ojos, lamentaba no poder correspondernos. En el momento de despedirnos, para quitarle dramatismo a la situación, le dije que no se preocupase, que lo habíamos hecho encantados y añadí: arrieritos somos y en el camino nos encontraremos. Se me quedó marcada la cara de agradecimiento infinito con la que me miró. 

Continuando con mi relato anterior..., habiendo llegado más o menos a las 11 de la noche al San Quintín, mis "salvadores" pararon delante de un motel para que pudiese pasar allí la noche. Me ayudaron a bajar la moto, a recomponerla (le quité las maletas para poder subirla), me acompañaron hasta la puerta del motel para que no me pasase nada y además, me estuvieron dando indicaciones de dónde podía ir al día siguiente para intentar solventar el problema y dónde podía coger un autobús si necesitaba ir hasta Ensenada. Cuando llegó la hora de despedirnos, quise darles 500 pesos, que era el dinero cambiado que llevaba encima, por lo menos para colaborar de alguna manera en la gasolina o en el viaje o en lo que fuese. Se negaron en rotundo, me dijeron que de ninguna manera y uno de ellos me dijo: arrieros somos y en el camino nos encontraremos. Cuando escuché eso, esas mismas palabras en boca de uno de mis "salvadores" se me saltaron las lágrimas y puedo garantizar que puse la misma cara que mi amigo del aeropuerto.


La etapa del día I

La etapa del día II
La etapa del día III

1 comentario:

  1. Alvarito, con tu historias de “maletitas” y las últimas rayas de gasolina, el robo del retrovisor y la cadena traicionera de Baja California logras crear tensión al lector.
    También tienes tus momentos cómicos con “rastitas” y tu crucero hacia Baja California y cómo no de emoción y ternura con “jugar a fuercitas” y “arrieritos”…tío estás hecho un Góngora.
    Saludos,
    My ruin

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