Probablemente,
porque no estaba tranquilo con el tema de la cadena o por lo que fuese, a las 6
de la mañana estaba ya como un búho. Decidí ponerme en marcha, pues si bien mi
idea original era ir hasta un pueblo que se llama Guerrero Negro que estaba a
unos 415km de Loreto, visto cómo estaba la cadena, mi idea era hacer el mayor
número de kilómetros posibles para acercarme cuanto antes a EE.UU, y por fin
poder cambiar todo el kit de la transmisión. En torno a las 6:45 salí por la
puerta con rumbo norte.
La
verdad es que hoy ha sido un día agotador, sobre todo mentalmente. Desde el
primer kilómetro estuve obsesionado con que se me podía salir la cadena y en el
caso de hacerlo y bloquearse la rueda podría tener un accidente. De alguna
manera estaba en constante alerta para que en el caso de que ocurriese,
intentar reaccionar de la mejor manera. Era tal mi psicosis que cuando se ponía
detrás un coche o un camión, me echaba a un lado en seguida no fuese a ser
justo en ese momento que se saliese, me quedase frenado y me pasasen por
encima. Mientras iba montado en la moto y viendo que no dejaba de pensar ni un
minuto en el tema de la cadena, intenté esforzarme en cambiar mis pensamientos
pero no era capaz. Intenté fijarme en el paisaje, disfrutar un poco del mismo
porque si bien es cierto que no estaba yo para paisajes, tengo que decir que esta parte de Baja
California me ha encantado.
La
carretera transcurre pegada al mar y es realmente bonita. Hay unas bahías
preciosas, con islas, con el mar totalmente en calma… realmente precioso. No
sólo lo debo opinar yo, pues hay un montón de gente que viene con sus auto
caravanas o en tiendas de campaña y acampa en campings o espacios destinados a
ello al lado del mar.
Realmente
espectacular. Lástima que yo estaba en modo obsesión pero aún así pude
disfrutar algo del paisaje. Además tengo que decir que Baja California es el
paraíso de los cactus.
En Lanzarote hay un Jardín de Cactus que diseñó César
Manrique y en su día cuando lo visité, me pareció curioso que en los cartelitos
dónde aparece el nombre de los distintos cactus y su procedencia, muchos eran
originarios de Baja California. No me extraña, hay cactus de todos los tamaños,
colores y sabores.
Cactus XL |
Seguía obsesionado con el tema de la cadena, pasaban los kilómetros y por ahora aguantaba, el problema es que encontrarte con este tipo de señales es descorazonador, pensando todo lo que me quedaba por delante.
Cada
100 kilómetros paraba a ver cómo estaba la cadena. La verdad es que hasta que
llegué a Guerrero Negro, que estaba a unos 400 kilómetros, la cadena aguantó
bien, pero justo cuando paré en el límite entre el estado de Baja California
Sur y Baja California, me di cuenta de que la cadena se había destensado
muchísimo. Viendo como estaba, llegué a la conclusión de que ayer cuando se me
salió la cadena, debía de estar igual y que simplemente no me di cuenta de ello
y acabó saliéndose.
Volví a parar y con la herramienta que me regaló Antonio el camionero el día
anterior y con mis herramientas, la tensé. Como ya dije ayer, el tensor derecho
estaba atascado y no daba más de si, con lo que para poder tensar ambos lados por
igual, me tuve que apañar poniendo una piedra entre el tensor y el eje de la
rueda. Logré tensar la cadena y pude así continuar.
Truco lítico para poder continuar |
Hice
otros 30 kilómetros más hasta que llegué a la que en teoría era la última
gasolinera en lo próximos 315 kilómetros. El siguiente pueblo grande era un tal Rosarito y ese era en teoría mi destino por hoy. Llené el depósito y para allá que me
fui. Cuando llevaba unos 150 kilómetros desde que tensé la cadena por última
vez, y habiendo echado un ojo a los 75, volví a parar y la cadena estaba otra vez
floja. El deterioro de la cadena iba en aumento, y cada vez aguantaba peor la
tensión. Volví a tensarla y esperaba que me aguantase otros 75 o 100 kilómetros
hasta el próximo tensado. Arranqué y a los pocos metros de arrancar empezó a
sonar un “clac” muy fuerte. Paré en la cuneta en cuanto pude, pensé que quizás
me había pasado tensando la cadena y miré a ver qué es lo que había pasado.
Pues
bien, el problema es que se había caído el prisionero que trinca el
pasador que une los eslabones de la cadena y estaba a punto de partirse. Hasta
aquí habíamos llegado, no podía continuar. Me puse a buscar como un loco ese
prisionero pero no hubo manera de encontrarlo. Estaba literalmente muerto.
Maletitas muerta |
Mi
situación era jodida, lo único bueno es que aún eran las dos de la tarde pero
me encontraba justo en el punto equidistante entre el pueblo más cercano al sur
y el pueblo más cercano al norte. No podía continuar más andando con la moto y
ahora era cuestión de que alguien me ayudase. La única solución para salir de
allí era o bien que me remolcasen o bien que parase una camioneta, subir la
moto en la parte de atrás y tirar hacia el norte en busca de algún lugar dónde
conseguir un pasador o una cadena nueva o algo. No sé si fue una premonición
pero todas las mañana antes de salir, me pinto con un fluorescente la ruta que
voy a hacer en el mapa. Esta mañana había pintado el mapa un poco más allá de
Guerrero Negro, no hasta Rosarito dónde era mi intención llegar. Pues bien, la
cadena se me fastidió prácticamente dónde había dejado de pintar, qué
casualidad!!!
Mapa premonitorio |
El
tema era el siguiente, coches pasaban pero el 90% de los mismos iban en sentido
sur pues comienza la Semana Santa y son muchos los que van hasta Baja
California a pasarla. Todo eran camionetas pick up gigantes, cargadas hasta las
cejas y en sentido sur. Hacia el norte no iba ni Dios, a penas pasaban coches y
aunque hice señas para que me ayudasen no paraba nadie. Entiendo que con la
psicosis actual no pare nadie pero es que no hacían amago ni de frenar. Llevaba
allí ya más de media hora y la cosa no pintaba nada bien.
He
de reconocer que estaba bastante agobiado, estaba en el medio de la nada, sin
posibilidad alguna de continuar, pasaban coches pero no paraba nadie y ya me
estaba viendo pasando la noche en medio del desierto. Me arrepentí en ese
momento de no haber sido un ferviente seguidor de los programas esos de “El
último superviviente” en el que el tipo saca agua de un cactus y se cocina una
serpiente de cascabel. Siempre que los he visto he pensado: - pero quien es el
pringao que se pierde en pleno desierto mexicano??? Pues yo. Aunque tenía una
botella de medio litro de agua, no tenía nada de comida y aunque sabía que
morirme no me iba a morir, de veras que estaba agobiado con cómo salir de esa
situación. Por no haber, no había ni cobertura de móvil para llamar a la
policía o a una grúa o alguien para que me sacase de allí. A medida que pasaba
el tiempo, y a pesar de mis señales, no paraba ni Dios, me iba preocupando más
y más.
Pasada
casi una hora desde que me quedé tirado finalmente paró un coche en el que iban
un padre y un hijo. En un primer momento el tipo paró con cierta desconfianza
pero cuando vio que era español y le expliqué un poco el tema, se acabó bajando
del coche y echó un vistazo. Le pregunté si podría llamar una grúa y me dijo
que allí no había grúa que valiese. Al igual que yo, coincidía en que lo mejor
que me podía pasar era que apareciese una camioneta y me subiera la moto
detrás, si no, malo. Al final se ofreció a remolcarme hasta lo que aquí llaman
“ranchos” que son una especie de paraderos dónde hay restaurantes de carretera
y venden gasolina, y que están desperdigados a lo largo de la ruta. Me dijo que
allí paraba gente de vez en cuando y que tendría más posibilidades de que alguien me ayudara. Con un par de cinchas que me
he traído, enganchamos la moto al coche y tiramos. Me remolcó unos 25
kilómetros hasta el rancho más cercano y allí me dejó.
No le pude dar más veces las gracias por haberme sacado de semejante embolado. El tipo me dijo que era lo mínimo que podía hacer por mi y que no había necesidad de agradecerle. Se llamaba Arturo Mesa Mayoral. Por lo menos ya estaba en un sitio civilizado, a las malas podía pasar la noche tirado, o dentro del restaurante o en el porche, y de hambre y sed no me iba a morir.
No le pude dar más veces las gracias por haberme sacado de semejante embolado. El tipo me dijo que era lo mínimo que podía hacer por mi y que no había necesidad de agradecerle. Se llamaba Arturo Mesa Mayoral. Por lo menos ya estaba en un sitio civilizado, a las malas podía pasar la noche tirado, o dentro del restaurante o en el porche, y de hambre y sed no me iba a morir.
Maletitas salvada |
Tardamos
casi cinco horas en recorrer los algo más de doscientos y pico kilómetros que quedaban hasta San Quintín, tuvimos que parar varias veces
a recomponer el remolque de la furgoneta pues a veces, las cinchas que tenían
trincadas las ruedas delanteras se soltaban.
Mis salvadores |
Cuando
anocheció, no te puedes imaginar el frío que hacía. Mira que iba con el traje
de la moto y en una de las paradas que hicimos antes de que anocheciese, cogí
el forro y el gorro pues imaginaba que con el viento y cuando se pusiese el sol
haría fresco. Me quedé helado, y eso que iba pegado a la cabina intentando
resguardarme del viento. No dejaba de pensar una y otra vez cómo hubiese sido
pasar la noche a la intemperie, y también no dejaba de pensar en aquello que
dicen de que los cambios de temperatura en el desierto son extremos. Y ahí, en
mi cajita de la camioneta a pesar de estar helado y ya con el culo cuadrado de
las cinco horas de ir sentado y dando botes, estaba feliz y contento de haber
salido de semejante situación.
Antes de terminar mi relato de hoy quería contar una cosa.
Hará cosa de ocho o diez años, volviendo de Lanzarote o Fuerteventura (ahora mismo no recuerdo muy bien), di con mis huesos en el aeropuerto de Barajas. Volvía de pasar una semana mareando con mis cometas, lo que significaba que traía bastante equipaje. Con tal de no coger un taxi (mi amor por los taxista es atávico) estuve tentado de cogerme los bártulos e irme a casa en Metro pero..., juraría que era julio o agosto, hacía 700º en Madrid y no me veía yo muy por la labor de meterme semejante palizón. El caso es que llamé por teléfono a mi padre y le pregunté si podía venir a buscarme. Me dijo que sí, que cogía el coche y en unos 20/25 minutos estaría por allí. Mientras estaba haciendo tiempo sentado en Salidas de la T1, apareció por allí un tipo, no sabría decir si peruano, ecuatoriano, boliviano..., con una maleta de 200kg y una cazadora de cuero abrochada hasta el cuello (a pesar de los 700º). La verdad es que el hombre parecía bastante perdido y agobiado. Me preguntó cómo podía llegar a cierta pensión en Madrid, cómo podía hacer para llamar a un número de teléfono que traía apuntado en un papel, dónde se podía coger el autobús o el Metro, etc. Vi al pobre hombre bastante angustiado, me dio lástima, y en ese momento pensé: vaya putada, llegar a Madrid siendo extranjero, sin saber dónde ir, sin conocer el sitio, arrastrando semejante maletón... Decidí pues, que cuando llegase mi padre, le metíamos en el coche y le acercábamos a Madrid. Cuando apareció mi padre, me vio con el tipo al lado, le expliqué más o menos la situación, mi padre no dijo ni pio y de hecho, le pareció buenísima la idea de acercarle a dónde fuese. Cargado el equipaje, montamos al paisano en el coche y camino de Avenida de América, le fuimos aleccionando de los múltiples peligros que podía "encontrarse" en Madrid. Le dijimos 300 veces que no se fiase de nadie, le dijimos dónde comprar una tarjeta prepago para un móvil y así poder llamar a quien quisiese, el tema del bonometro, dónde ir, dónde cenar algo, dónde cambiar dinero, con qué tener cuidado… Tras una charla de bienvenida y exposición de múltiples peligros de unos 15 minutos, llegamos a la calle Cartagena que era dónde nuestro amigo tenía el hostal. Como no tenía dinero cambiado, le di 40€ para que al menos el tipo fuese tirando ese día y el siguiente. El señor, no dejó de agradecernos todo el camino lo amables que habíamos sido y emocionadísimo y con lágrimas en los ojos, lamentaba no poder correspondernos. En el momento de despedirnos, para quitarle dramatismo a la situación, le dije que no se preocupase, que lo habíamos hecho encantados y añadí: arrieritos somos y en el camino nos encontraremos. Se me quedó marcada la cara de agradecimiento infinito con la que me miró.
Continuando con mi relato anterior..., habiendo llegado más o menos a las 11 de la noche al San Quintín, mis "salvadores" pararon delante de un motel para que pudiese pasar allí la noche. Me ayudaron a bajar la moto, a recomponerla (le quité las maletas para poder subirla), me acompañaron hasta la puerta del motel para que no me pasase nada y además, me estuvieron dando indicaciones de dónde podía ir al día siguiente para intentar solventar el problema y dónde podía coger un autobús si necesitaba ir hasta Ensenada. Cuando llegó la hora de despedirnos, quise darles 500 pesos, que era el dinero cambiado que llevaba encima, por lo menos para colaborar de alguna manera en la gasolina o en el viaje o en lo que fuese. Se negaron en rotundo, me dijeron que de ninguna manera y uno de ellos me dijo: arrieros somos y en el camino nos encontraremos. Cuando escuché eso, esas mismas
palabras en boca de uno de mis "salvadores" se me saltaron las
lágrimas y puedo garantizar que puse la misma cara que mi amigo del aeropuerto.
Alvarito, con tu historias de “maletitas” y las últimas rayas de gasolina, el robo del retrovisor y la cadena traicionera de Baja California logras crear tensión al lector.
ResponderEliminarTambién tienes tus momentos cómicos con “rastitas” y tu crucero hacia Baja California y cómo no de emoción y ternura con “jugar a fuercitas” y “arrieritos”…tío estás hecho un Góngora.
Saludos,
My ruin