Es
curioso como las circunstancias cambian tus percepciones, tu nivel de
exigencia. Ayer, una vez que me dejaron mis salvadores en el motel, cogí una
habitación, la pagué, llevé la moto hasta la puerta de la habitación empujando
y cuando puse el caballete de la moto, pensé: - Madre mía cómo cambian las
cosas en cuestión de segundos. Hacía unas pocas horas me encontraba tirado en
medio del desierto, bastante agobiado, pensando cómo iba a salir de allí y pocas
horas después me encontraba frente a la puerta de una habitación de un motel de
mala muerte pero que me parecía el Hilton. En otras circunstancias, al ver el
lugar, creo que no hubiese cruzado ni el umbral de la puerta, pero pensando de
dónde había salido no dejaba de pensar lo afortunado que era de estar allí.
Sobre
el motel podría escribir un capítulo entero. Para empezar, está claro que no
todas las personas son buenas y como dicen aquí, si te pueden “chingar” van a
hacerlo a la mínima oportunidad que tengan. Cuando llegué al motel y pregunté
por la habitación, el recepcionista me dijo que la habitación eran 390 pesos
(23,52€). Llevaba un libro de registro dónde apuntaba el nombre de todos los
clientes y al lado el importe de la habitación, y como sé leer, vi que el precio
que había cobrado a los anteriores, fuesen uno, dos o doscientos por
habitación, era de 290 pesos (17,49€). Con la costumbre, el tipo apuntó mi
nombre y la cantidad de 290 pesos, pero luego, cayó en la cuenta y el dos lo
convirtió en un 3. No quise ponerme a discutir, así que saqué el dinero y le
pagué. Cuando entré en la habitación había que verla.
El Hilton |
Creo que lo peor de todo
fue el olor, una mezcla de tabaco con desinfectante fortísima que aún creo tener
clavada en la pituitaria. El baño por lo menos, aunque decrépito estaba limpio,
pero cuando abrí una de las camas, por la cantidad de pelos que había dentro, parecía que hubiese dormido allí el Yeti. De la colcha y de la manta mejor no
hablar. Sé de muchas que hubiesen preferido dormir en medio del desierto antes
que en aquella cama. Las paredes de la habitación no habían sido pintadas desde
el Pleistoceno superior, tenían manchas de todo, no lo quise ni pensar y como
colofón, había varias inscripciones en las se podían leer perlas como: aquí
cogió Benito, Alex y Elvira o Culiacán, Sinaloa. Con todo lo que me había
pasado en el día, me duché, salí a un puesto que había en la puerta del motel a
comprarme un par de tacos, me los comí, volví al cuarto y a dormir.
Me
habían dicho que había un taller cercano, que a pesar de ser domingo
probablemente abriría en torno a las 8 así que, a las 8 estaba yo saliendo por
la puerta del motel, con la cadena en la mano en busca del taller. Fui hasta
dónde me dijeron que debía de estar y allí no encontré nada. Pasé por delante
de una gasolinera y allí pregunté a un chico que tenía una moto si conocía
algún taller, me dijo que a un kilómetro sabía de uno pero que dudaba que en
domingo estuviese abierto. Para allá que me fui y cuando estaba pasando de
nuevo por la puerta de mi motel, vi pasar por la carretera una camioneta blanca
enorme tirando de un remolque también enorme con una moto de enduro detrás. En
ese momento pensé que probablemente esa persona supiese dónde había un taller, así que me puse a hacerle señas como un loco, enseñándole, no sé muy bien
porqué, el paquetito que había hecho con un trapo dónde llevaba mi cadena.
Cuando paró, me fijé que era una camioneta con matrícula de California y un
banderón norteamericano pegado en la puerta del pasajero. Pensé que sería un
norteamericano con lo que no las tenía todas conmigo que supiese de un taller.
Según bajó la ventanilla le pregunté si hablaba español, el tipo me dijo que sí, y corriendo le expliqué lo que pasaba y si sabía de un taller dónde poder
llevar la moto. El señor se bajó de la camioneta, me dijo que creía tener el
seguro que me hacía falta para cerrar la cadena, se puso a abrir cajones y
bolsas que llevaba en la caja de atrás pero no encontró nada. Estaba empezando
yo a perder la esperanza cuando me dijo: - yo voy para Ensenada, si quieres montamos la moto y seguro que allí
tienes más oportunidades de arreglar la moto. No me lo podía creer, de estar
totalmente desahuciado en ese pueblo, siendo domingo y con todo cerrado, a que
me llevase a Ensenada (una señora ciudad) para poder, al día siguiente,
resolver el tema. Me dijo que tenía
relativa prisa así que me apurase en traer la moto para subirla en el carro.
Creo que en todo este viaje no he tardado menos en cargar el equipaje y salir
zumbando de lo que lo hice ayer. A los cinco minutos estaba saliendo del
aparcamiento del hotel, empujando la moto, eso sí, y lista para subirla al
remolque. Subimos la moto, la amarramos y para Ensenada que nos fuimos.
Camino de Ensenada |
El
tipo de la camioneta resultó ser un tal Óscar. Era un mexicano que en sus ratos
libres se dedicaba a echar una mano en una empresa norteamericana de
excursiones en moto de campo. La empresa tiene unas cuantas motos y una
camioneta con todo lo necesario para darles asistencia y vende tours por toda
Baja California, desde excursiones sencillas, a correr incluso la Baja 1.000.
Echaba una mano en la empresa porque era un envenenado de las motos, llevaba
toda la vida montando y corriendo, de hecho había corrido la Baja en unas 18 ocasiones, y esa mañana, estaba dando asistencia a un tour de tres norteamericanos más dos
amigos suyos íntimos que se habían sumado a la excursión. Camino de Ensenada
paramos varias veces a encontrarnos con los que iban montando en moto, para
echarles gasolina, darles agua, comida… Además de a Óscar, conocí a dos de sus
amigos, uno era el guía del tour y otro era un íntimo amigo suyo, pirrado por
las motos, que además conocía España, y Madrid en concreto, mejor que yo, pues
habitualmente viaja para allá. Entre parada y parada estuvimos “platicando”
largo y tendido con los de la excursión, y cuando ellos no estaban entre Óscar
y yo. Nos pusimos al día de nuestras vidas, me contó un montón de cosas, tanto
de la Baja 1.000 como sobre la realidad que hay en la Baja California y la
frontera norteamericana. Él, de hecho, a pesar de ser mexicano de pura cepa, por
circunstancias muy rocambolescas, había nacido en EE.UU con lo que era también
más norteamericano que George Washington. Después de la última parada de ayuda
que hicimos a los moteros, nos dirigimos definitivamente a Ensenada. Camino de
allí, Óscar llamó a un amigo suyo mecánico para preguntarle si podría echarme
una mano esa misma tarde y sacarme del atolladero. Quedó en que pasaríamos por
su casa y vería qué podía hacer. Yo no daba crédito a lo que me estaba pasando,
había tenido una suerte, que ni en cien vidas, de dar con la persona más apropiada
de todo México.
Llegamos
a Ensenada, fuimos a la casa del mecánico, bajamos la moto y allí que me quedé
para ver si podíamos solucionar el problema. Una vez más le agradecí a Óscar
setecientas cincuenta mil veces el grandísimo favor que me había hecho, ya no
sólo de acercarme hasta Ensenada sino además ponerme en contacto con el
mecánico. Me dijo también que si no lo solucionaba le diese un toque para pasar
la noche con ellos y solucionarlo al día siguiente. Una vez más, mil millones
de gracias Óscar.
El
mecánico era un tal Víctor, que tenía un taller en la parte de atrás de su casa. Cuando Óscar le llamó le dijo el modelo de mi moto y antes de que
llegásemos, Víctor se había puesto a mirar en internet para ver las
especificaciones de la cadena, etc. Cuando llegué, había estado mirando debajo
de las piedras y había encontrado una cadena prácticamente nueva de una moto de
enduro, que me podría servir. Antes de cambiarme la cadena solucionó primero el
problema del tensor derecho. Con mucho mimo y amor, poco a poco lo fue soltando
y apretando hasta que lo sacó del todo, le dio bien de grasa, y lo volvió a
meter para que fuese más suelto en el futuro.
Maletitas en el hospital |
Aprovechando la ocasión hizo lo
mismo con el izquierdo. Intentó también cambiarme las pastillas de freno pero
no logró encontrar unas similares entre las distintas pastillas que tenía en el
taller. Me puso la cadena, me la tensó y como remate final me miró el nivel de
aceite del motor, estaba más bajo de lo recomendable y lo rellenó. Respecto a
la cadena anterior, Víctor me dijo que no era una cadena tan mala, el problema
es que motos como la mía que tienen tanto par, necesitan unas cadenas
especiales que llevan unos retenes de goma entre los eslabones. La anterior no
los llevaba, habría sido una buena cadena para una moto mucho más pequeña de
cilindrada pero no para esta. En teoría él pensaba que con la cadena que me
había puesto tendría más que de sobra para llegar hasta mi destino final sin
problemas.
Victor, mi salvador |
Yo seguía en shock, no dando crédito a la suerte que había tenido de
haberme encontrado primero a Óscar y posteriormente haber acabado en el taller
de Víctor. Después de todas las reparaciones,
“maletitas” estaba otra vez 100% operativa para continuar con mi camino. Una
vez más le di cien millones de gracias a Victor y continué con mi camino.
Eran
las cuatro de la tarde y mi idea era tirar hacia Tijuana para cruzar la
frontera. Mientras pasaba por Ensenada me acordé de que con los nervios ni
había desayunado ni había comido así que me paré a comer. Mientras estaba
comiendo no dejaba de pensar en la infinita suerte que había tenido, cómo todo
me había salido rodado, y del cambio de escenario que había tenido en menos de
24 horas, de estar tirado en medio del desierto con la cadena rota a poder
estar tirando ya hacia EE.UU, increíble.
Salí
de Ensenada hacía Tijuana. He de decir que la carretera que une Ensenada con
Tijuana es realmente bonita. Estaba ya cayendo la tarde y pensé que lo mejor
sería pasar la noche en México y a la mañana siguiente intentar cruzar. Al
parecer el cruce lleva bastante tiempo y prefería no salir de noche de la
frontera norteamericana y ponerme a buscar dónde quedarme a dormir, etc. Paré
pues en un pueblo a lo largo de la carretera, busqué un motel algo más apañado
que el de la noche anterior y aquí me quedé.
Curiosa
singladura mexicana la que he tenido. De no querer pasar a quizás tener las
experiencias más inolvidables de todo el viaje. Mira que pensaba que ya no
había más tela que cortar, está claro que hasta que no llegue a mi destino esto
no se ha acabado. Una vez más, no dejo de pensar qué suerte he tenido.
La etapa del día |
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