domingo, 29 de marzo de 2015

29 de marzo de 2015 – San Quintín – La Misión – 183km + 61km – 10h

Es curioso como las circunstancias cambian tus percepciones, tu nivel de exigencia. Ayer, una vez que me dejaron mis salvadores en el motel, cogí una habitación, la pagué, llevé la moto hasta la puerta de la habitación empujando y cuando puse el caballete de la moto, pensé: - Madre mía cómo cambian las cosas en cuestión de segundos. Hacía unas pocas horas me encontraba tirado en medio del desierto, bastante agobiado, pensando cómo iba a salir de allí y pocas horas después me encontraba frente a la puerta de una habitación de un motel de mala muerte pero que me parecía el Hilton. En otras circunstancias, al ver el lugar, creo que no hubiese cruzado ni el umbral de la puerta, pero pensando de dónde había salido no dejaba de pensar lo afortunado que era de estar allí.

Sobre el motel podría escribir un capítulo entero. Para empezar, está claro que no todas las personas son buenas y como dicen aquí, si te pueden “chingar” van a hacerlo a la mínima oportunidad que tengan. Cuando llegué al motel y pregunté por la habitación, el recepcionista me dijo que la habitación eran 390 pesos (23,52€). Llevaba un libro de registro dónde apuntaba el nombre de todos los clientes y al lado el importe de la habitación, y como sé leer, vi que el precio que había cobrado a los anteriores, fuesen uno, dos o doscientos por habitación, era de 290 pesos (17,49€). Con la costumbre, el tipo apuntó mi nombre y la cantidad de 290 pesos, pero luego, cayó en la cuenta y el dos lo convirtió en un 3. No quise ponerme a discutir, así que saqué el dinero y le pagué. Cuando entré en la habitación había que verla. 

El Hilton
Creo que lo peor de todo fue el olor, una mezcla de tabaco con desinfectante fortísima que aún creo tener clavada en la pituitaria. El baño por lo menos, aunque decrépito estaba limpio, pero cuando abrí una de las camas, por la cantidad de pelos que había dentro, parecía que hubiese dormido allí el Yeti. De la colcha y de la manta mejor no hablar. Sé de muchas que hubiesen preferido dormir en medio del desierto antes que en aquella cama. Las paredes de la habitación no habían sido pintadas desde el Pleistoceno superior, tenían manchas de todo, no lo quise ni pensar y como colofón, había varias inscripciones en las se podían leer perlas como: aquí cogió Benito, Alex y Elvira o Culiacán, Sinaloa. Con todo lo que me había pasado en el día, me duché, salí a un puesto que había en la puerta del motel a comprarme un par de tacos, me los comí, volví al cuarto y a dormir.

Me habían dicho que había un taller cercano, que a pesar de ser domingo probablemente abriría en torno a las 8 así que, a las 8 estaba yo saliendo por la puerta del motel, con la cadena en la mano en busca del taller. Fui hasta dónde me dijeron que debía de estar y allí no encontré nada. Pasé por delante de una gasolinera y allí pregunté a un chico que tenía una moto si conocía algún taller, me dijo que a un kilómetro sabía de uno pero que dudaba que en domingo estuviese abierto. Para allá que me fui y cuando estaba pasando de nuevo por la puerta de mi motel, vi pasar por la carretera una camioneta blanca enorme tirando de un remolque también enorme con una moto de enduro detrás. En ese momento pensé que probablemente esa persona supiese dónde había un taller, así que me puse a hacerle señas como un loco, enseñándole, no sé muy bien porqué, el paquetito que había hecho con un trapo dónde llevaba mi cadena. Cuando paró, me fijé que era una camioneta con matrícula de California y un banderón norteamericano pegado en la puerta del pasajero. Pensé que sería un norteamericano con lo que no las tenía todas conmigo que supiese de un taller. Según bajó la ventanilla le pregunté si hablaba español, el tipo me dijo que sí, y corriendo le expliqué lo que pasaba y si sabía de un taller dónde poder llevar la moto. El señor se bajó de la camioneta, me dijo que creía tener el seguro que me hacía falta para cerrar la cadena, se puso a abrir cajones y bolsas que llevaba en la caja de atrás pero no encontró nada. Estaba empezando yo a perder la esperanza cuando me dijo: - yo voy para Ensenada, si quieres montamos la moto y seguro que allí tienes más oportunidades de arreglar la moto. No me lo podía creer, de estar totalmente desahuciado en ese pueblo, siendo domingo y con todo cerrado, a que me llevase a Ensenada (una señora ciudad) para poder, al día siguiente, resolver el tema.  Me dijo que tenía relativa prisa así que me apurase en traer la moto para subirla en el carro. Creo que en todo este viaje no he tardado menos en cargar el equipaje y salir zumbando de lo que lo hice ayer. A los cinco minutos estaba saliendo del aparcamiento del hotel, empujando la moto, eso sí, y lista para subirla al remolque. Subimos la moto, la amarramos y para Ensenada que nos fuimos.

Camino de Ensenada
El tipo de la camioneta resultó ser un tal Óscar. Era un mexicano que en sus ratos libres se dedicaba a echar una mano en una empresa norteamericana de excursiones en moto de campo. La empresa tiene unas cuantas motos y una camioneta con todo lo necesario para darles asistencia y vende tours por toda Baja California, desde excursiones sencillas, a correr incluso la Baja 1.000. Echaba una mano en la empresa porque era un envenenado de las motos, llevaba toda la vida montando y corriendo, de hecho había corrido la Baja en unas 18 ocasiones, y esa mañana, estaba dando asistencia a un tour de tres norteamericanos más dos amigos suyos íntimos que se habían sumado a la excursión. Camino de Ensenada paramos varias veces a encontrarnos con los que iban montando en moto, para echarles gasolina, darles agua, comida… Además de a Óscar, conocí a dos de sus amigos, uno era el guía del tour y otro era un íntimo amigo suyo, pirrado por las motos, que además conocía España, y Madrid en concreto, mejor que yo, pues habitualmente viaja para allá. Entre parada y parada estuvimos “platicando” largo y tendido con los de la excursión, y cuando ellos no estaban entre Óscar y yo. Nos pusimos al día de nuestras vidas, me contó un montón de cosas, tanto de la Baja 1.000 como sobre la realidad que hay en la Baja California y la frontera norteamericana. Él, de hecho, a pesar de ser mexicano de pura cepa, por circunstancias muy rocambolescas, había nacido en EE.UU con lo que era también más norteamericano que George Washington. Después de la última parada de ayuda que hicimos a los moteros, nos dirigimos definitivamente a Ensenada. Camino de allí, Óscar llamó a un amigo suyo mecánico para preguntarle si podría echarme una mano esa misma tarde y sacarme del atolladero. Quedó en que pasaríamos por su casa y vería qué podía hacer. Yo no daba crédito a lo que me estaba pasando, había tenido una suerte, que ni en cien vidas, de dar con la persona más apropiada de todo México.

Llegamos a Ensenada, fuimos a la casa del mecánico, bajamos la moto y allí que me quedé para ver si podíamos solucionar el problema. Una vez más le agradecí a Óscar setecientas cincuenta mil veces el grandísimo favor que me había hecho, ya no sólo de acercarme hasta Ensenada sino además ponerme en contacto con el mecánico. Me dijo también que si no lo solucionaba le diese un toque para pasar la noche con ellos y solucionarlo al día siguiente. Una vez más, mil millones de gracias Óscar.

El mecánico era un tal Víctor, que tenía un taller en la parte de atrás de su casa. Cuando Óscar le llamó le dijo el modelo de mi moto y antes de que llegásemos, Víctor se había puesto a mirar en internet para ver las especificaciones de la cadena, etc. Cuando llegué, había estado mirando debajo de las piedras y había encontrado una cadena prácticamente nueva de una moto de enduro, que me podría servir. Antes de cambiarme la cadena solucionó primero el problema del tensor derecho. Con mucho mimo y amor, poco a poco lo fue soltando y apretando hasta que lo sacó del todo, le dio bien de grasa, y lo volvió a meter para que fuese más suelto en el futuro.

Maletitas en el hospital
Aprovechando la ocasión hizo lo mismo con el izquierdo. Intentó también cambiarme las pastillas de freno pero no logró encontrar unas similares entre las distintas pastillas que tenía en el taller. Me puso la cadena, me la tensó y como remate final me miró el nivel de aceite del motor, estaba más bajo de lo recomendable y lo rellenó. Respecto a la cadena anterior, Víctor me dijo que no era una cadena tan mala, el problema es que motos como la mía que tienen tanto par, necesitan unas cadenas especiales que llevan unos retenes de goma entre los eslabones. La anterior no los llevaba, habría sido una buena cadena para una moto mucho más pequeña de cilindrada pero no para esta. En teoría él pensaba que con la cadena que me había puesto tendría más que de sobra para llegar hasta mi destino final sin problemas.

Victor, mi salvador
Yo seguía en shock, no dando crédito a la suerte que había tenido de haberme encontrado primero a Óscar y posteriormente haber acabado en el taller de Víctor.  Después de todas las reparaciones, “maletitas” estaba otra vez 100% operativa para continuar con mi camino. Una vez más le di cien millones de gracias a Victor y continué con mi camino.



Eran las cuatro de la tarde y mi idea era tirar hacia Tijuana para cruzar la frontera. Mientras pasaba por Ensenada me acordé de que con los nervios ni había desayunado ni había comido así que me paré a comer. Mientras estaba comiendo no dejaba de pensar en la infinita suerte que había tenido, cómo todo me había salido rodado, y del cambio de escenario que había tenido en menos de 24 horas, de estar tirado en medio del desierto con la cadena rota a poder estar tirando ya hacia EE.UU, increíble.  



Salí de Ensenada hacía Tijuana. He de decir que la carretera que une Ensenada con Tijuana es realmente bonita. Estaba ya cayendo la tarde y pensé que lo mejor sería pasar la noche en México y a la mañana siguiente intentar cruzar. Al parecer el cruce lleva bastante tiempo y prefería no salir de noche de la frontera norteamericana y ponerme a buscar dónde quedarme a dormir, etc. Paré pues en un pueblo a lo largo de la carretera, busqué un motel algo más apañado que el de la noche anterior y aquí me quedé.




Curiosa singladura mexicana la que he tenido. De no querer pasar a quizás tener las experiencias más inolvidables de todo el viaje. Mira que pensaba que ya no había más tela que cortar, está claro que hasta que no llegue a mi destino esto no se ha acabado. Una vez más, no dejo de pensar qué suerte he tenido.

La etapa del día

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