Ayer
me acosté intuyendo que el sitio en el que me había quedado era un paraíso, y
cuando amaneció realmente lo era. Lo fue también para los mosquitos que me
brearon durante la noche. Y no es que no me preparase para combatirlos, pero
los elementos estuvieron contra mi. Entre el mucho equipaje que me he traído,
de lo que no me he arrepentido es de haberme traído un antimosquitos eléctrico
(lo que toda la vida se ha llamado un “fogo”). El caso es que lo puse, en un
principio dio resultado pero, desafortunadamente no sabía que cortaban la luz
en el hostal a las 0:00. Hasta entonces les mantuve a raya pero luego… se
vengaron. Me han comido vivo y aunque cuando me di cuenta del detallito hice
por luchar contra ellos, fue demasiado tarde.
Mi nidito de amor |
Menos
mal que luego mereció la pena el haber sido devorado por los mosquitos. El sito
que vine a ver se llama Semuc Champey y
lo definiría como unas pozas naturales formadas por un río, en el medio de la
nada guatemalteca. El sitio es espectacular y gracias a que está donde Cristo
perdió el gorro, y que su acceso es realmente chungo, no está mega explotado.
La excursión que hice fue poca cosa pero intensa. El hostal en el que me quedé
estaba a menos de dos minutos de la entrada del “parque”. El itinerario
consistía en subir hasta un mirador desde el que se podía ver las pozas, y
luego, bajar hasta ellas. A las 9 de la
mañana ya estaba yo en marcha. La subida hasta el mirador tiene su tela. En
primer lugar porque es escarpado, se suben dieciocho mil escalones, y además,
aunque no pega el sol, con la humedad tan tremenda que hay te asas vivo.
Las escaleritas asesinas |
Camino
del mirador me ocurrieron un par de cosas. En primer lugar experimenté lo que
es la amistad verdadera. A mitad de camino me encontré con un chaval que
pululaba por allí. Yo imaginaba que un turista no era, pero el chaval, vender,
vender, no vendía nada. Empezó a seguirme, a hacerme preguntas, que si esto, que
si lo otro… muy majete, la verdad. Seguíamos subiendo, yo me olía algo y en una
de estas le solté: - oye, si me estás acompañando para que te de algo, que
sepas que no llevo un duro encima y no tengo absolutamente nada que darte.
Fueron unas palabras mágicas, no había acabado la frase cuando sin yo darme
cuenta el chaval desapareció entre la jungla, como lo suele hacer Batman en sus
películas.
En segundo lugar tuve un encuentro con la fauna local. Así dicho
suena muy bien, pero cuanto estás subiendo por unas piedras, de repente miras
dónde has puesto la mano y te encuentras que a menos de 5 centímetros está
pasando una serpiente bicolor, roja y negra… el alarido que pegas del susto,
emula perfectamente a los de Tarzán. Lo he buscado en internet y se trataba de
una serpiente llamada “micrurus”, y aunque esto no lo dice internet, es la
serpiente más venenosa del planeta.
El lugar del encuentro |
Después de eso, se me quitó el cansancio y
subí como un tiro al mirador, eso sí, no apoyé una mano en lo que quedaba de
subida. La vista desde el mirador es espectacular, lástima que la foto no diga
mucho.
Semuc Champey |
Después
del mirador, baje a las pozas a la velocidad de la luz y si desde arriba eran
bonitas, desde abajo eran espectaculares. Entre que hacía bastante calor y que
el sitio invitaba a ello, me pasé un buen rato chapoteando en el agua como en
mi más tierna infancia (hace no más de cinco días, vamos…)
Pozas de Semuc Champey |
Concluida
mi visita a Semuc Champey tocaba excursión, esta vez en moto, hasta un lugar
llamado Santa Elena (la antesala a las ruinas de Tikal) Para que te hagas una
idea de lo remoto de Semuc Champey, para recorrer los 21 kilómetros de camino
de tierra que hay entre las pozas y la carretera de asfalto, tardé una hora.
Durante
el camino de tierra vi algo que me hizo reflexionar y me hizo pensar en lo
afortunado que soy (lo pienso setenta veces al día en mi vida diaria y en este
viaje, setecientas) Mientras me estaba quejando interiormente de la mierda de
camino de tierra, de los baches, de la tierra suelta, me crucé con varios
lugareños que estaban llevando unos fardos de leña, que tenían la pinta de
pesar un quintal, cargándolos, mitad en la espalda y mitad con una cinta en la
cabeza. Cuando los vi me dije: - y yo
aquí haciendo el capullo o cuando estoy en Madrid, quejándome porque me pesa la
bolsa del Mercadona… Para matarme!!!
El
resto de la excursión fue bastante tranquilita. Lo peor de todo es que las
carreteras guatemaltecas, sin ser malas, entre las curvas, los veinte mil
pueblos que se tienen que atravesar, el tráfico que tienen y lo difícil que es
encontrar un sitio decente para adelantar, las medias que se hacen son
paupérrimas.
Arco iris guatemalteco |
Tardé casi 8 horas en hacer menos de 400 kilómetros y eso es
desesperante. Si encima en mitad del camino, tienes que cruzar un río en
barcaza porque la carretera no continua… para cortarse las venas
Como
no, una vez más llegué de noche a mi destino. No fue mucho el tiempo que
circulé, pero el suficiente para no dejar de preguntarme por qué en
toda Sudamérica y Centroamérica les gusta tanto ir con las luces largas puestas y meterle unas deslumbradas al vecino de alucinar. Además, si pueden llevar más faros de los de
serie, para así poder quemarte más aún la retina, mejor. Y si les das ráfagas
para que las quiten, le meten más potencia!!!. De veras no entiendo esa pasión
por llevar las largas. Podría entenderlo si fuesen solos, pero es que se están
cruzando con otro y no las quitan. Y me imagino que a ellos también les
molestará…, pues nada. Cuando estuve visitando en Chile el observatorio de
Mamalluca, la astrónoma que nos enseñaba las estrellas tenía un puntero láser
alucinante, que lo apuntaba y podías seguir el haz de luz hasta la estrella,
era chulísimo. Si alguna vez vuelvo a hacer un viaje de este estilo, pienso
hacer como me dijo un amigo (no pongo su nombre que si no dice que sólo pongo
cosas malas de él). Me voy a traer un puntero de esos, lo pondré en el casco y
voy a meterles un laserazo a todos esos que van con las largas puestas que voy
a acabar con la miopía en media Iberoamérica.
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