Al
final, mi El Dorado particular que era llegar a San Diego, dejó de serlo al
haber arreglado la moto en Ensenada. Me tomé las cosas con calma, por un lado
porque las 48h anteriores habían sido bastante intensas y sobre todo porque me
dijeron que la mejor hora para cruzar la frontera era a mediodía. Al parecer
se forman unas colas kilométricas para cruzar desde México a Estados Unidos.
Mi hostalito en La Misión |
Salí
tranquilito de mi hotelito playero y fui dando un paseo camino de Tijuana. Me
paré a desayunar, comí mis últimos chilaquiles verdaderamente mexicanos y antes
de llegar a la frontera, me gasté mis últimos pesos en llenar el depósito de
gasolina.
Inicialmente iba a cruzar a Estados Unidos por un paso llamado San
Ysidro. Para allá que fui, como iba con la moto me dijeron que la cola me la
podía saltar hasta llegar prácticamente a la garita y así hice. Si en Madrid me
encanta ir en moto, en primer lugar para aparcar en la puerta de los
sitios, y en segundo, para no comerme los atascos que te comes cuando está
todo a parir, aquí tuve un éxtasis total al llegar hasta la garita saltándome
una cola infernal.
Llegué hasta allí pero me quedé un poco mosca porque era
la garita norteamericana, allí no había un pinche funcionario mexicano y yo
tenía que hacer unas gestiones “en México” antes de salir. Me bajé de la moto,
fui a preguntarle al “oficial aduanero norteamericano” y cuando me acercaba
empezó a gritarme que me quedase dónde estaba y no me acercase, a la vez que
echaba la mano a la cartuchera. Me quedé petrificado, levanté las manitas, por
supuesto me paré (estaría a unos diez metros de la garita) y entre grito va,
grito viene, le expliqué mi situación al agente. Sin relajarse demasiado, me
dijo que tenía que dirigirme a un edificio “mexicano” que estaba a la derecha y
que allí me ayudarían. Volví sobre mis
pasitos, me subí a la moto, me salí de la cola, y para el edificio que me fui. Cuando llegué, me abordó otro oficial aduanero mexicano con
un talante mucho más relajado. Le pregunté dónde podría hacer los trámites que
necesitaba hacer. Me dijo que en ese puesto fronterizo no lo podía hacer y que me tenía que
dirigir a uno llamado Otay. No daba crédito, estaba en el puesto fronterizo más
grande de todo México y los trámites que pretendía hacer no se podían hacer
allí. Le pregunté 700 veces si estaba seguro, me dijo que sí, me dio las
indicaciones de cómo llegar hasta allí y para allá que me fui. El trámite "tan importante" que tenía que hacer era encontrar una sucursal de un banco llamado
Banejército dónde debería “cancelar” la estancia de la moto en México. Más me
valía hacerlo pues a la entrada me habían retenido en la tarjeta un depósito de
500$. Encontré finalmente la sucursal bancaria que estaba en un
polígono industrial en el medio de la nada. Cuando realicé las gestiones, le
pregunté al tipo si ese era el único sitio dónde hacerlas y efectivamente me
dijo que sí. Increíble pero cierto. Por fin acabé mis gestiones y estaba listo
para cruzar a EE.UU.
No
lejos de allí estaba el paso de Otay. Igualito que el de San Ysidro, colón al
canto y saltada de cola en toda regla. Llegué a la antesala de la garita y a
esperar. Es increíble ver el movimiento que hay en esta frontera, tanto de
coches como de personas.
Me
tocó por fin mi turno y por primera vez en mi vida di con un agente de
inmigración norteamericano simpático y agradable. El tipo cuando vio mi
pasaporte y la moto, empezó a preguntarme desde dónde venía, cómo había
hecho para llegar hasta allí, cuánto había tardado en hacerlo… no me parecían “preguntas técnicas”,
el tipo estaba encantado, no dejaba de mirar la moto, de decirme que vaya
aventura más buena… Después de nuestro breve diálogo, metió los datos en el
ordenador y me dijo que tenía que ir a que me sellasen el pasaporte y me
hiciesen una inspección de la moto y del equipaje. Me dio un papel amarillo y
me indicó que fuese por uno de los carriles que ponía “inspection”. Para allá que
me fui, uno que había por allí me dijo de aparcar la moto y de esperar al agente de adunas de turno. Llegué, paré y cuando me bajé de la
moto, escuché un grito, aparentemente de mujer en la distancia, que no sabía muy bien de donde venía. Me
puse a buscar su origen, seguía escuchando el grito cada vez más cerca, cuando finalmente me di cuenta de lo que sucedía. Se trataba de una agente de aduanas que venía directa hacia mi, con la mano otra vez pegada a la cartuchera y mirándome con cara de malas pulgas. Cuando por fin estuvo a una
distancia audible, le escuché como me gritaba mientras señalaba a un cartel que decía: - No descienda de su vehículo hasta que le aborde un agente.
Cuando la agente estaba al lado mío y seguía gritándome, me salió del alma decirle:
- relájate mujer!!! Creo que ese comentario no le hizo mucha gracia a la “agente Salvador”. Una vez
aclarado el tema del descenso del vehículo, me pidió el pasaporte, el papelito
amarillo y me dijo que para empezar abriese todas las maletas. Lo hice y no
contenta con eso me dijo que sacase las bolsas y las pusiese encima de una mesa
que había por allí. Lo hice también, no le pareció suficiente con eso, así que me hizo sacar todo lo que traía en las bolsas. Me tocó sacar todas mis cositas, todas!!!. La agente Salvador no estuvo satisfecha del todo y se dedicó a
revisar una por una, absolutamente todas las cosas que llevaba en mi equipaje. Y cuando digo
todo, es todo. Fue cacheando el pantalón, las camisetas, los calcetines que
llevaba enrollados, abrió la bolsa donde llevo los mapas, desplegó cada uno de los mapas,
abrió la pasta de dientes, mi bote de Cola Cao!!!… no dejó títere con cabeza!! Y por supuesto, cuando
lo revisaba lo iba tirando todo a un montón en otra mesa que estaba a la izquierda. Luego vino el “cacheo” de mi traje
de la moto. Me hizo quitarme la chaqueta, sacó hasta la protección de la
espalda, y me hizo sacar todo lo que llevaba en los bolsillos. Después le hizo
una revisión rigurosa a la moto, me hizo abrir el depósito de la gasolina,
quitar el asiento, desenganchar las maletas… Cuando acabó de “registrarme”,
tardé fácil una media hora en recolocar todo tal como lo traía. Menuda hija de
puta!!!!!! Cumplido con ese trámite me mandó a que finalmente me sellasen el
pasaporte. Para allá que fui y si la agente Salvador era una hija de su madre
máxima, la que me tocó en el pasaporte fue un encanto. Tuve que pagar una tasa
de 6$ para entrar en el país (en esto EE.UU es bananero como todos los
anteriores) y una vez pagada, toma de huellas dactilares, foto para la
posteridad y sello al canto. Lo curioso es que de la moto, no me pidieron
absolutamente nada, les da exactamente igual lo que haga con ella, como si la
quemo en pleno Washington DC, lo que quieren es tenerme controlado y como me
dijo ella, que no me quede en EE.UU pasados los 90 días de rigor.
Ya
con mi pasaporte sellado y mi papelito amarillo en regla pude salir de allí.
Última frontera después de las trece que he tenido que cruzar. Sinceramente me
esperaba que el trámite norteamericano iba a ser mucho peor, y salvo la capulla
que me tocó en la revisión de la moto, el resto fue fácil.
Bienvenido a California |
Las pulgas me persiguen |
¿Ya has pasado por algún Dairy Queen? ;D
ResponderEliminarTodavía no y mira que he hecho por, no hay manera de dar con uno!!!!
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