jueves, 12 de febrero de 2015

10 de febrero de 2015 – Cafayate – Maimará – 354km – 8h

Por malo y por no dejar de poner a caldo a Argentina, se ha vengado de mi. Lo que debía ser una etapa corta y apacible se ha convertido en un verdadero infierno. Como no tenía que hacer muchos kilómetros me lo tomé con calma y hasta las 10:00 no estuve montado en la moto. Entre que necesitaba cambiar algo de dinero y eché gasolina casi hasta las 11:00 no estaba saliendo del pueblo.

El principio de la excursión fue realmente chulo. A unos 20 kilómetros de Cafayete hay un lugar llamado Quebrada de las Conchas realmente bonito.



La carretera pasa por un valle y a ambos lados hay unas montañas de color rojizo espectaculares. Me paré 700 veces a sacar otras 40 millones de fotos. Son casi 100 kilómetros muy, muy bonitos, casi me atrevería a decir que de lo más bonito que había visto hasta ahora, puede también ser porque nunca había visto una cosa semejante.  El día empezaba bien.

Quebrada de las Conchas

 Cuando se acabó la quebrada, empezaron los problemillas. El cielo estaba poniéndose negro, luego se puso más negro y después se convirtió en Mordor. Paré antes de que me empezase a llover y esta vez me dije que iba a seguir la táctica de mi amigo Morgan que consiste en parar, esperar a que pase la tormenta y luego seguir con un sol radiante. Encontré una parada de bus donde cobijarme y fue llegar y ponerse a caer agua. Además de lluvia había relámpagos y truenos por doquier. Pasó una hora y seguía cayendo agua a mansalva, pasaron dos y caía más aún. Paciencia, Álvaro, la “tormentita” en breve escampa.
Llevaba casi tres horas parado cuando aflojó un poco y pensé, es el momento, estás son las últimas gotas, así que me puse en modo “semi-agua” (hacía calor así que solo me puse el chubasquero encima del traje que lo llevaba en modo calor), gracias al cielo las botas katiuskas!!! y arranqué.  Anduve unos kilómetros, no parecía que llovía mucho pero… me engañó. De repente empezó a caer agua otra vez como en el diluvio universal. Pensé en parar para o bien esperar un rato más o, ponerme en modo “agua extrema”. Anduve buscando un lugar dónde parar y poder refugiarme sin mojarme. Pues bien, pasaban los kilómetros y no encontraba un solo lugar techado donde meterme. Empezaba a calarme (menos mal que no hacia frio) y si eso no era ya un inconveniente suficiente empezaron los obstáculos. Estaban cayendo chuzos de punta, la visera del casco entre las gotas y que se me empañaba no se veía un carajo y a eso se sumó que empecé a tener que “vadear ríos”. Las carreteras argentinas, o al menos las de esta zona, tienen constantes badenes por los que cuando llueve pasan torrentes de agua. En vez de construir puentes que los salven hay decenas y decenas de badenes que pasan por encima de ríos secos que cuando llueve se convierten en torrenteras. De la cantidad de agua que estaba cayendo, todos los badenes estaban inundados. Algunos con un poco de agua y otro con verdaderos ríos (evidentemente no son el Mississipi). Iba delante de mí un VW Polo y era él, el que me servía de referencia para ver el río que había que cruzar.  Como digo, algunos eran charcos grandes, pero en otros fácil había 20 o 30 centímetros de agua. Hubo un par de ellos que pensé, Dios, como se me pare la moto o me quede atrancado, la pierdo. Antes de ponerme a pasar me fijaba en si el Polo pasaba. Como los iba pasando todos pues yo detrás. Por fin se acabaron los badenes, aunque la lluvia no aflojaba. Llegué a Salta, paré en una gasolinera, eché gasolina y me puse finalmente en modo agua extrema. El problema es que ya estaba empapado, me había entrado agua en la bota izquierda y notaba como el pie estaba sumergido en agua y los guantes estaban completamente empapados. Aún me quedaban unos 130 kilómetros y me dije, cuanto antes salgas, antes llegas, antes te secas y antes todo. Así pues arranqué de nuevo y a tirar millas. No dejó de llover en los 130 kilómetros. Fue una lástima porque hice un tramo de carretera precioso que une las ciudades de Salta y San Salvador de Jujuy que era realmente bonito pero que no pude disfrutarlo porque seguía lloviendo a mares. Tiré, tiré y tiré, y al final llegué a Maimará. Llegué completamente empapado, ni traje de agua, ni chubasqueros, ni nada, cuando cae así, es como si te meten en la lavadora. Lo peor es que este pueblo está a unos 2.000m y con el tema de la altura al final empezó a hacer frío y además de mojado me quedé un poco helado. Al menos tuve la recompensa de que cuando llegué, el hostal en el que me iba a quedar, aunque muy sencillito estaba muy agradable y la ducha tenía agua ultra caliente. Tardé en entrar en calor pero al final lo hice. Puse todo a secar y mi temor ahora es que las cosas estén secas para mañana. Está todo como sacado de la lavadora y en el hostal, calor, calor no hace.

El Hostal de Maimará


La tarde la he pasado metido en el hostal. He coincidido con una pareja de una española y un alemán y hemos estado rajando toda la tarde. Ellos están haciendo un viaje de un año y me han estado contando sus cositas. El alemán habla poco pero ella habla un montón así que nos hemos pasado la tarde mano a mano.


Lástima de veras que haya hecho un día así porque el paisaje hoy quizás era de los más bonitos y variados que me he encontrado hasta ahora. Eso me pasa por malo, por andar quejándome todo el rato de si la carretera es un coñazo, que si esto que si lo otro… Espero que mañana no llueva y que mis cosas estén secas, crucemos los dedos.

La etapa del día

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