No
quiero ser cenizo pero no sé porqué siento que Chile no me quiere. Segundo día
de periplo íntegramente chileno y segundo día que no me salen las cosas como
esperaba. Quizás ese sea el problema, que las cosas no salen habitualmente como
uno espera y eso no lo llevo demasiado bien.
Salí
con la fresca del motel del Norman Bates chileno. Él no vino a descuartizarme
pero el gallo del vecino creo que no tiene muy claro el concepto día noche. El
los cuentecitos que nos leían de pequeños (al que se lo hayan leído) el gallo
cacareaba para anunciar el amanecer. Este gallo cantaba para dar las horas, las
medias y los cuartos, eso sí, cuando empezó a salir el sol ni pio.
En
vista del éxito del periplo costero de ayer y además porque tenía intención de
llegar lo antes posible a Viña del Mar para ver si conseguía pasar la revisión
de la moto y podía cambiar la rueda trasera, en vez de paisaje costero,
bucólico, etc. Me metí una buena panzada de autopista. Podría dedicar un
capítulo entero a la descripción de las autopista chilenas. La verdad es que
están bastante bien pero además de tener que parar cada pocos kilómetros en uno
de sus innumerables peajes, los extras que tienen son para escribir un libro. Insisto
en que están bastante bien pero te puedes encontrar a peatones cruzando,
gallinas en el carril rápido, múltiples puestos de venta de productos de todo
tipo en el lateral de la carretera, de fruta, comida, enanitos y venus de
piedra, tallas de madera…
Para
hacer un pequeño descanso entre tanta autopista había pensado parar a visitar
una casa que Neruda tiene pegada al mar tipo la que César Manrique tiene en
Lanzarote, no hubo manera. Cuando llegué estaban vendidas todas las entradas
del cupo del día. A pesar de mis ruegos y lamentaciones no se apiadaron de mi y
tal cual vine me fui. Ya no paré hasta Viña del Mar y ahí empezó otra de mis
odiseas.
Una
de las ideas claras que tenía antes de empezar a hacer este viaje era que no
quería “leer” sobre lo que iba a ver demasiado para de alguna manera, vivir la
experiencia in situ y no a priori con la lectura. Por un lado está muy bien,
así lo que ves te sorprende y por otro, no lo es tanto porque hay cosas que
realmente te pillan de sorpresa. Llegué pues a Viña del Mar y lo que yo pensaba
que era un pueblecito costero cercano a Valparaiso, tranquilo, apacible…
resultó ser una especie de Benidorm gigante, con millones de edificios, de
calles, de tráfico…
Estoy sorprendido porque me sentí un poco como Paco Martínez Soria en “La ciudad no es para mi”. Yo, un madrileño de pro, curtido en mil batallas, con más mundo que la maleta de Willy Fogg, estaba desconcertado. Tenía que encontrar el concesionario donde llevar la moto a revisar, conocía el nombre de la calle a la que tenía que ir, pregunté cuarenta veces y cada vez que preguntaba me mandaban para un lado, calle arriba, calle abajo. Además, la nomenclatura de las calles es algo así como 1 norte, 2 norte, 14 poniente, 13 oriente… Es un damero, a priori bastante sencillo pero no lo es, sobretodo si llegas de nuevas, un viernes por la tarde en hora punta de salida del trabajo y en verano. Además, si tienes que estar mirando a ver si ves el cartel de la calle, con los coches detrás metiéndote el morro, dándote unas pitadas de alucinar (joder, no ven en la matrícula que no soy de aquí!!!) parándote a preguntar y entre que llevo el casco, que mi acento les pilla de sorpresa… una combinación perfecta. De alguna manera reconozco que estaba como asustado, acobardado, me vi un poco como los abuelos estos que cuando vas conduciendo ves que van a dos por hora, te acuerdas de su madre y cuando luego le pasas dices: -puto abuelo!!! Prometo no volver a pitar nunca más a un abuelo empanado, yo también lo he sido. Además, cuando por fin encontré a uno que parecía que sabía dónde estaba la calle a la que tenía que ir, me mandó por una calle que resultaba salir de la ciudad, que no había forma de dar la vuelta en kilómetros y acabé otra vez fuera de Viña del Mar, lo que me faltaba. Vuelta a entrar y vuelta a las indicaciones. Era omnipresente lo que aquí llaman “el reloj de flores” y también “el estero”. Todo está al lado del reloj de flores y para todo tienes que cruzar el estero. El estero fui consciente de cruzarlo sesenta veces, pero el reloj de flores no había manera de ubicarlo. Buscaba un tipo Big Ben, un reloj en un edificio, un algo, pues nada. Jamás encontré el reloj de flores y era vital. Además de todo eso, el “respeto” que se tiene aquí a las motos es nulo, de hecho les jode que les pases por un lado o por el otro y meten el volantazo para joder. Lo de los autobuses ya no tiene nombre!!! Cuando miras en el retrovisor lo tienes pegado a tres centímetros y cuando te asustas y te apartas un poco mete todo el morro literalmente echándote del carril. No es que el tráfico sea caótico, las señales se respetan, no se hacen pirulas ni cosas raras, el gran problema es que yo estaba acobardado.
Estoy sorprendido porque me sentí un poco como Paco Martínez Soria en “La ciudad no es para mi”. Yo, un madrileño de pro, curtido en mil batallas, con más mundo que la maleta de Willy Fogg, estaba desconcertado. Tenía que encontrar el concesionario donde llevar la moto a revisar, conocía el nombre de la calle a la que tenía que ir, pregunté cuarenta veces y cada vez que preguntaba me mandaban para un lado, calle arriba, calle abajo. Además, la nomenclatura de las calles es algo así como 1 norte, 2 norte, 14 poniente, 13 oriente… Es un damero, a priori bastante sencillo pero no lo es, sobretodo si llegas de nuevas, un viernes por la tarde en hora punta de salida del trabajo y en verano. Además, si tienes que estar mirando a ver si ves el cartel de la calle, con los coches detrás metiéndote el morro, dándote unas pitadas de alucinar (joder, no ven en la matrícula que no soy de aquí!!!) parándote a preguntar y entre que llevo el casco, que mi acento les pilla de sorpresa… una combinación perfecta. De alguna manera reconozco que estaba como asustado, acobardado, me vi un poco como los abuelos estos que cuando vas conduciendo ves que van a dos por hora, te acuerdas de su madre y cuando luego le pasas dices: -puto abuelo!!! Prometo no volver a pitar nunca más a un abuelo empanado, yo también lo he sido. Además, cuando por fin encontré a uno que parecía que sabía dónde estaba la calle a la que tenía que ir, me mandó por una calle que resultaba salir de la ciudad, que no había forma de dar la vuelta en kilómetros y acabé otra vez fuera de Viña del Mar, lo que me faltaba. Vuelta a entrar y vuelta a las indicaciones. Era omnipresente lo que aquí llaman “el reloj de flores” y también “el estero”. Todo está al lado del reloj de flores y para todo tienes que cruzar el estero. El estero fui consciente de cruzarlo sesenta veces, pero el reloj de flores no había manera de ubicarlo. Buscaba un tipo Big Ben, un reloj en un edificio, un algo, pues nada. Jamás encontré el reloj de flores y era vital. Además de todo eso, el “respeto” que se tiene aquí a las motos es nulo, de hecho les jode que les pases por un lado o por el otro y meten el volantazo para joder. Lo de los autobuses ya no tiene nombre!!! Cuando miras en el retrovisor lo tienes pegado a tres centímetros y cuando te asustas y te apartas un poco mete todo el morro literalmente echándote del carril. No es que el tráfico sea caótico, las señales se respetan, no se hacen pirulas ni cosas raras, el gran problema es que yo estaba acobardado.
Después
de unas cuantas vueltas encontré por fin el concesionario y me dijeron que ese
día no me podían coger la moto y que como mucho podría ser al día siguiente.
Eso me daba un poco igual, el problema es que mi rueda trasera no la tenían y
que aquí el tema funciona de la siguiente manera. Se encarga a Santiago y en unos días se tiene
aquí. Eso era realmente un contratiempo
pues mañana empiezo un periplo de casi 2.000 kilómetros sin pasar por ningún
sitio en exceso civilizado y sinceramente tenía serias dudas de que la rueda
aguantase tanto. Me dijeron de ir al distribuidor Pirelli de la ciudad a ver si
sonaba la flauta y la tenía. Para allá que me fui corriendo, esta vez
encontrarlo fue bastante más fácil y cuando llegué, tenían la rueda pero..., estaba
reservada para otro cliente. Casi me echo a llorar. En vez, me acordé en ese
momento de una historia que me contó un amigo, en la que una vez yendo con otro
amigo, intentando entrar en el Palacio de los Deportes de Madrid a un concierto,
la entrada que tenían no era para la puerta o la zona a la que querían entrar y
cuando el de la puerta les dijo que no, el amigo que iba con mi amigo le dijo:
- Dale 20 pavos!!! Los sacó, se los dio y la entrada de repente se convirtió en
VIP. Pensé: - Álvaro, ahora o nunca! Así
que le pedí al chico que me acompañase fuera para que viese otra cosa de la
moto y cuando estábamos fuera, saqué un billete de 5.000 pesos (fue el primero
que encontré, menos mal que no fue el de 50.000 si no, también se lo doy) y le
dije: - me la tengo que llevar!!! El chaval cogió el dinero, se lo guardó en el
bolsillo y a los tres minutos estaba saliendo por la puerta con ella en la
mano.
Con la rueda en mi poder |
Con
la rueda en mi poder y con la cita de la revisión de la moto apañada, ahora me
tocaba ponerme a buscar el hotel en el que mi iba a quedar. Otra vez con el
reloj de flores a cuestas, di sesenta vueltas y por fin encontré el sitio, que
no el reloj. Por la noche, cuando salí a cenar me pareció muy curioso el hecho
de que ya una vez ubicado las cosas son mucho más fáciles. Llegué perfectamente
al centro otra vez, me manejé como Pedro por su casa, no estaba acobardado con
lo que los coches no parecían tan terribles y al final si metes la moto te
respetan en vez de pasarte por encima y por fin encontré el famoso reloj de
flores.
He
sacado un par de conclusiones después de esto. En primer lugar que voy a
intentar evitar las ciudades grandes. Son realmente un infierno y por mucho que
preguntes da igual. En segundo lugar ha sido una cura de humildad, hasta el más
espabilado y más champion puede estar empanado en alguna ocasión. Tercero, que
probablemente sean de este tipo de cosas y de los contratiempos de las cosas
que más me acuerde en el futuro y no de todo lo que me salió rodado o de todas
las cosas que vi. Y por último, que yo también soy un corrupto.
Reloj de Flores |
La etapa del día |
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