domingo, 8 de febrero de 2015

6 de febrero de 2015: Pelluhue – Viña del Mar – 530km – 8h

No quiero ser cenizo pero no sé porqué siento que Chile no me quiere. Segundo día de periplo íntegramente chileno y segundo día que no me salen las cosas como esperaba. Quizás ese sea el problema, que las cosas no salen habitualmente como uno espera y eso no lo llevo demasiado bien.

Salí con la fresca del motel del Norman Bates chileno. Él no vino a descuartizarme pero el gallo del vecino creo que no tiene muy claro el concepto día noche. El los cuentecitos que nos leían de pequeños (al que se lo hayan leído) el gallo cacareaba para anunciar el amanecer. Este gallo cantaba para dar las horas, las medias y los cuartos, eso sí, cuando empezó a salir el sol ni pio.

En vista del éxito del periplo costero de ayer y además porque tenía intención de llegar lo antes posible a Viña del Mar para ver si conseguía pasar la revisión de la moto y podía cambiar la rueda trasera, en vez de paisaje costero, bucólico, etc. Me metí una buena panzada de autopista. Podría dedicar un capítulo entero a la descripción de las autopista chilenas. La verdad es que están bastante bien pero además de tener que parar cada pocos kilómetros en uno de sus innumerables peajes, los extras que tienen son para escribir un libro. Insisto en que están bastante bien pero te puedes encontrar a peatones cruzando, gallinas en el carril rápido, múltiples puestos de venta de productos de todo tipo en el lateral de la carretera, de fruta, comida, enanitos y venus de piedra, tallas de madera…

Para hacer un pequeño descanso entre tanta autopista había pensado parar a visitar una casa que Neruda tiene pegada al mar tipo la que César Manrique tiene en Lanzarote, no hubo manera. Cuando llegué estaban vendidas todas las entradas del cupo del día. A pesar de mis ruegos y lamentaciones no se apiadaron de mi y tal cual vine me fui. Ya no paré hasta Viña del Mar y ahí empezó otra de mis odiseas.

Una de las ideas claras que tenía antes de empezar a hacer este viaje era que no quería “leer” sobre lo que iba a ver demasiado para de alguna manera, vivir la experiencia in situ y no a priori con la lectura. Por un lado está muy bien, así lo que ves te sorprende y por otro, no lo es tanto porque hay cosas que realmente te pillan de sorpresa. Llegué pues a Viña del Mar y lo que yo pensaba que era un pueblecito costero cercano a Valparaiso, tranquilo, apacible… resultó ser una especie de Benidorm gigante, con millones de edificios, de calles, de tráfico…


Estoy sorprendido porque me sentí un poco como Paco Martínez Soria en “La ciudad no es para mi”.  Yo, un madrileño de pro, curtido en mil batallas, con más mundo que la maleta de Willy Fogg, estaba desconcertado. Tenía que encontrar el concesionario donde llevar la moto a revisar, conocía el nombre de la calle a la que tenía que ir, pregunté cuarenta veces y cada vez que preguntaba me mandaban para un lado, calle arriba, calle abajo. Además, la nomenclatura de las calles es algo así como 1 norte, 2 norte, 14 poniente, 13 oriente… Es un damero, a priori bastante sencillo pero no lo es, sobretodo si llegas de nuevas, un viernes por la tarde en hora punta de salida del trabajo y en verano. Además, si tienes que estar mirando a ver si ves el cartel de la calle, con los coches detrás metiéndote el morro, dándote unas pitadas de alucinar (joder, no ven en la matrícula que no soy de aquí!!!) parándote a preguntar y entre que llevo el casco, que mi acento les pilla de sorpresa… una combinación perfecta. De alguna manera reconozco que estaba como asustado, acobardado, me vi un poco como los abuelos estos que cuando vas conduciendo ves que van a dos por hora, te acuerdas de su madre y cuando luego le pasas dices: -puto abuelo!!! Prometo no volver a pitar nunca más a un abuelo empanado, yo también lo he sido. Además, cuando por fin encontré a uno que parecía que sabía dónde estaba la calle a la que tenía que ir, me mandó por una calle que resultaba salir de la ciudad, que no había forma de dar la vuelta en kilómetros y acabé otra vez fuera de Viña del Mar, lo que me faltaba.  Vuelta a entrar y vuelta a las indicaciones. Era omnipresente lo que aquí llaman “el reloj de flores” y también “el estero”. Todo está al lado del reloj de flores y para todo tienes que cruzar el estero. El estero fui consciente de cruzarlo sesenta veces, pero el reloj de flores no había manera de ubicarlo. Buscaba un tipo Big Ben, un reloj en un edificio, un algo, pues nada. Jamás encontré el reloj de flores y era vital. Además de todo eso, el “respeto” que se tiene aquí a las motos es nulo, de hecho les jode que les pases por un lado o por el otro y meten el volantazo para joder. Lo de los autobuses ya no tiene nombre!!! Cuando miras en el retrovisor lo tienes pegado a tres centímetros y cuando te asustas y te apartas un poco mete todo el morro literalmente echándote del carril. No es que el tráfico sea caótico, las señales se respetan, no se hacen pirulas ni cosas raras, el gran problema es que yo estaba acobardado.

Después de unas cuantas vueltas encontré por fin el concesionario y me dijeron que ese día no me podían coger la moto y que como mucho podría ser al día siguiente. Eso me daba un poco igual, el problema es que mi rueda trasera no la tenían y que aquí el tema funciona de la siguiente manera. Se encarga a Santiago y en unos días se tiene aquí. Eso era realmente un contratiempo pues mañana empiezo un periplo de casi 2.000 kilómetros sin pasar por ningún sitio en exceso civilizado y sinceramente tenía serias dudas de que la rueda aguantase tanto. Me dijeron de ir al distribuidor Pirelli de la ciudad a ver si sonaba la flauta y la tenía. Para allá que me fui corriendo, esta vez encontrarlo fue bastante más fácil y cuando llegué, tenían la rueda pero..., estaba reservada para otro cliente. Casi me echo a llorar. En vez, me acordé en ese momento de una historia que me contó un amigo, en la que una vez yendo con otro amigo, intentando entrar en el Palacio de los Deportes de Madrid a un concierto, la entrada que tenían no era para la puerta o la zona a la que querían entrar y cuando el de la puerta les dijo que no, el amigo que iba con mi amigo le dijo: - Dale 20 pavos!!! Los sacó, se los dio y la entrada de repente se convirtió en VIP. Pensé: - Álvaro, ahora o nunca! Así que le pedí al chico que me acompañase fuera para que viese otra cosa de la moto y cuando estábamos fuera, saqué un billete de 5.000 pesos (fue el primero que encontré, menos mal que no fue el de 50.000 si no, también se lo doy) y le dije: - me la tengo que llevar!!! El chaval cogió el dinero, se lo guardó en el bolsillo y a los tres minutos estaba saliendo por la puerta con ella en la mano.

Con la rueda en mi poder


Con la rueda en mi poder y con la cita de la revisión de la moto apañada, ahora me tocaba ponerme a buscar el hotel en el que mi iba a quedar. Otra vez con el reloj de flores a cuestas, di sesenta vueltas y por fin encontré el sitio, que no el reloj. Por la noche, cuando salí a cenar me pareció muy curioso el hecho de que ya una vez ubicado las cosas son mucho más fáciles. Llegué perfectamente al centro otra vez, me manejé como Pedro por su casa, no estaba acobardado con lo que los coches no parecían tan terribles y al final si metes la moto te respetan en vez de pasarte por encima y por fin encontré el famoso reloj de flores.

Reloj de Flores
He sacado un par de conclusiones después de esto. En primer lugar que voy a intentar evitar las ciudades grandes. Son realmente un infierno y por mucho que preguntes da igual. En segundo lugar ha sido una cura de humildad, hasta el más espabilado y más champion puede estar empanado en alguna ocasión. Tercero, que probablemente sean de este tipo de cosas y de los contratiempos de las cosas que más me acuerde en el futuro y no de todo lo que me salió rodado o de todas las cosas que vi. Y por último, que yo también soy un corrupto.

La etapa del día

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